Um texto crítico
sobre o « Salário garantido », revendicado em Espanha pelo novo
partido PODEMOS.
°°°°
Desde
que Podemos tuvo su enorme triunfo electoral en las elecciones europeas la
renta básica parece haber dejado de ser un tema de conversación de economistas
de izquierda para convertirse en asunto de discusión política amplia.
Dado el enorme desprestigio de los partidos del sistema y de los “expertos en
economía” que los respaldan —muchos, si no la gran mayoría de los economistas—
la gente de a pie presta cada vez más atención a quienes presentan otras ideas
y a las razones a favor o en contra de esas ideas. Si algo de positivo ha
tenido la crisis, es sin duda hacer que se cuestionen muchas ideas que antes se
daban como indiscutibles. Que haya interés en discutir si un esquema como la
renta básica es mejor o peor que una política de trabajo
garantizado y que incluso sectores del PP
se expresen a favor de estas medidas es sin duda indicativo de la revitalización
del debate público en España.
En
intervenciones recientes, Pablo Iglesias ha explicado la renta básica como una
cantidad de alrededor de 600 euros al mes que recibirían todos los ciudadanos o
residentes legales y que serviría para combatir la pobreza y defender la
dignidad de las personas. La renta básica evitaría que se tengan que aceptar
salarios miserables y por otra parte estimularía el consumo, los ingresos del
pequeño comercio y la actividad económica en general. En ello Pablo Iglesias
sigue en general las ideas de los teóricos de la renta básica, entre quienes en
España destaca Daniel Raventós, profesor de
Economía de la Universidad de Barcelona. Raventós afirma que
cualquier ciudadano, “sólo por serlo, tiene todo el derecho del mundo a
percibir un sueldo” o, lo que sería lo mismo, “una asignación monetaria
incondicional”. Eso es la renta básica que, a diferencia de los subsidios más o
menos generalizados en el Estado de bienestar, se adjudicaría a cualquier
persona sin cumplir una condición previa como ser pobre o estar en el paro,
simplemente por ser ciudadano o residente acreditado, independientemente de que
trabaje o no. La renta básica sustituiría al
subsidio de desempleo, así como a todas las prestaciones monetarias
existentes, refundiéndolas en una sola, de tal forma que se unificarían las
prestaciones por desempleo, jubilación, viudedad, orfandad, etc. Sin embargo,
los proponentes de la renta básica también explican que en ningún caso esa
renta debería reemplazar las prestaciones públicas en sanidad, educación,
vivienda, etc., y quienes tuvieran derecho a prestaciones por desempleo o
jubilación superiores a la renta básica se beneficiarían de mecanismos
específicos para que nadie perdiera dinero con el cambio. El Estado sería
perfectamente capaz de asumir el pago de la renta básica, aunque para ello
habría que “evitar el fraude fiscal y hacer una buena reforma fiscal” porque los
ricos “han de pagar más de lo que pagan hoy”. Para Raventós la introducción de
una renta básica como la que ellos sugieren en España supondría una
mejora de ingreso para el 70% de la población y un deterioro para un
15% que tendría que pagar más impuestos; el 15% restante quedaría igual, sin
ganar ni perder.
El
propósito de este comentario es examinar la propuesta de renta básica en el
marco general de la lucha por el progreso social y las políticas de Podemos.
Aunque la propuesta de la renta básica tiene ya muchos años, ahora se hace en
el contexto de una crisis económica que para muchos cuestiona no solo la
política económica del PP y el PSOE y la corrupción de los políticos, sino el sistema
económico actual. Por ello hay que empezar por explicar las características
fundamentales del mismo. Las consignas de pocas palabras sirven para agitar y
son claramente necesarias en los programas electorales. En lo económico la
consigna de renta básica puede cumplir ese papel. Pero la política solo es
progresista si contribuye a que se entienda lo que está en juego. Las cosas
complejas no pueden explicarse en tres palabras. Para palabrería hueca y
demagogia de pocas frases, con los políticos de siempre sobra y basta.
Las características fundamentales de la
economía de libre empresa
El
capitalismo, alias economía de mercado o de libre empresa, es un sistema
económico caracterizado por el predominio de dos relaciones o instituciones
sociales, el trabajo asalariado y el capital. El trabajo asalariado es el que
realizan quienes no tienen otra forma de ganarse la vida que vender su fuerza
de trabajo, trabajar para otros para conseguir un salario, una cantidad de
dinero suficiente al menos para cubrir las necesidades básicas de alimentación,
alojamiento, vestido, etc. Los asalariados se han ido convirtiendo en todos los
países del mundo en una enorme mayoría de la población, estratificada, eso sí,
por distintos niveles de ingreso. Cada vez son menos los agricultores o los
profesionales independientes que trabajan para sí mismos. Los abogados,
médicos, ingenieros y científicos se han ido convirtiendo cada vez más en
asalariados del Estado o de compañías comerciales, de servicios médicos,
aseguradoras o bancos. Aunque en países como España el empleo en la industria
ha sido en gran parte sustituido por el empleo en los servicios y no pocos de
quienes perdieron su empleo en la industria o la construcción han pasado a
formar parte del desempleo crónico, según la Organización Internacional del
Trabajo en el mundo hay hoy unos 3200 millones de trabajadores industriales
(43.8% de la población mundial) en comparación con los 2200 millones (42.1%)
que había en 1991.
La
noción de capital es menos intuitiva y de hecho los economistas han disputado
interminablemente sobre este concepto. Para Marx el capital no es una cosa
material sino una relación social, valor que tiende a expandirse, a crecer, en
otras palabras, dinero en proceso de transformarse en una cantidad mayor de
dinero. Da igual que sean los ahorros del ingeniero Gómez, dinero de la familia
Botín o Gates, o un fondo de inversiones donde se han puesto los fondos de
jubilación de los bomberos de Londres. El capital es dinero que busca
rentabilidad, cuanto más alta mejor. El proceso de expansión del capital puede
tener lugar de muchas maneras, pero la forma básica en que el capital “crece”
en nuestra economía de mercado, alias capitalismo, es precisamente el uso del
capital para adquirir medios de producción y fuerza de trabajo. Una vez
aplicada, la fuerza de trabajo del asalariado crea mercancías que el
propietario del capital vende en el mercado. El flujo monetario obtenido a
partir de la venta de la mercancía producida ha de ser mayor que el flujo de
gastos (salarios, materias primas y otros insumos) realizados en el proceso de
producción y venta, ya que la diferencia entre ingresos y gastos es
precisamente la plusvalía, la ganancia que obtiene el propietario del capital y
que hace que su capital se expanda. Tal es el proceso de explotación del
trabajo asalariado que Marx describió y que la economía académica embellece
afirmando que tanto el capital como el trabajo (los dos “factores de
producción”) contribuyen a la creación del producto y que precisamente el salario
corresponde a la parte del valor creado por el trabajo, mientras que la
ganancia corresponde a la parte del valor creada por el capital. Según ese
cuento del Hada Madrina, no hay explotación alguna, ya que cada “factor de
producción” se lleva exactamente lo que le corresponde.
Mientras
el sistema funciona apropiadamente, la ganancia se convierte en nuevas
inversiones, o es consumido por los propietarios del capital, o se destina
mediante impuestos al pago de gastos generales del Estado como el ejército, las
infraestructuras de transporte, la educación pública u otros servicios
sociales. Pero la experiencia histórica muestra que más o menos periódicamente
ocurren crisis económicas en las que los flujos habituales de ingreso en gran
parte se bloquean, se altera la producción, las empresas, incluidos los bancos,
sufren apuros y quiebran, y el Estado no cuenta con recaudación de impuestos
suficiente para hacer frente a los gastos habituales. En la crisis de finales
de la década pasada una buena parte de esos gastos estatales incluyeron en
muchos países el salvamento de los bancos, cuyo costo alcanzó como es sabido,
cifras astronómicas. En cualquier caso, lo importante es que en las épocas de
vacas flacas, que recurrentemente ocurren en nuestra “economía de mercado”, un
mecanismo fundamental para mantener las ganancias es eliminar cualquier
detracción que esas ganancias puedan tener en forma de impuestos. Así los
políticos del capital, que es otra forma de llamar a los políticos de la casta,
reducen los gastos del Estado en servicios al público (que se privatizan),
recortan impuestos a las ganancias y a las empresas y aumentan los impuestos
indirectos que se cargan a los asalariados. Todo ello no es sino una reducción
de los salarios reales, que disminuyen también porque se reducen los salarios
nominales, por la enorme presión del desempleo. Y a veces también, aunque esto
no ha ocurrido por ahora en esta crisis, los salarios reales se reducen porque
hay una inflación importante. Todo ello aumenta la miseria social.
La
tradición socialista que cuestiona la dominación social, económica y política
del capital hizo siempre hincapié en que el sistema legal y político se encarga
de mantener las condiciones para que la explotación de los asalariados pueda
seguir llevándose a cabo. Desde esa perspectiva, no es sorprendente que los
políticos del sistema actúen de la forma que actúan. Pero mientras los
marxistas en general piensan que mediante su acción política los asalariados
pueden usar la maquinaria estatal para avanzar en la creación de una nueva
organización económica, los anarquistas suelen considerar esa idea como utópica
y estúpida, ya que la maquinaria política y estatal siempre sería soporte de la
existencia de castas poderosas que se beneficiarían del trabajo del resto de la
sociedad y que usarían esa maquinaria estatal para, a la fuerza, poner a los de
abajo en su sitio. Dos siglos de historia y experiencias como las del Estado
revolucionario soviético convertido en tiranía estalinista, la China socialista
transformada en capitalismo “salvaje”, el comunismo norcoreano convertido de
facto en monarquía hereditaria, los gobiernos democráticos de la República
española y de Salvador Allende masacrados por los militares golpistas,
parecerían dar la razón a los anarquistas. Por supuesto, que algo no se haya
hecho antes no significa que no se pueda hacer en el futuro. Si no, los seres
humanos jamás habrían ido a la Luna ni habríamos sido capaces de elegir a
quienes gobiernan de una forma más o menos democrática. Pero si algo que se ha
querido hacer antes ha salido sistemáticamente mal —y las experiencias de
progreso social son todas muy contradictorias y llenas de manchurrones y
catástrofes— hay que poner mucha atención en evitar todo lo que parezcan
callejones sin salida. Ignorar u ocultar los enormes problemas que
potencialmente pueden aparecer en el camino es una falta de responsabilidad.
Lamentablemente, la sociedad humana no nos permite experimentos controlados,
somos a la vez experimentadores y ratas de laboratorio.
Renta básica y capitalismo
Quienes
defienden la renta básica hacen hincapié en que implantarla sería positivo para
combatir la pobreza. Y sería también factible porque con una estructura de
impuestos adecuada esa asignación universal sería financiable. Los partidarios
de la renta básica han hecho mucho hincapié en criticar a quienes “desde la
derecha” se oponen a ella, porque supuestamente fomentaría la vagancia. Quienes
así arguyen, dicen Raventós y otros, ignorarían los efectos positivos que
tendría la renta básica para combatir la pobreza y la marginación social.
Lamentablemente,
al defender la renta básica se mencionan poco o nada los aspectos fundamentales
del funcionamiento de la economía capitalista. Cuando se discute sobre la renta
básica es raro oír por ejemplo que en el capitalismo la explotación del trabajo
asalariado es clave y que esa explotación se sustenta precisamente en que la
gran mayoría de la población carece de medios de producción que permitan
subsistir sin someterse a ese trabajo. Si se comprende eso, de inmediato puede
inferirse que proponer una renta básica que permita subsistir decentemente sin
someterse a la explotación es una propuesta que pone en cuestión un principio
básico del funcionamiento de la sociedad capitalista. A saber, que o se trabaja
para obtener un salario o se queda excluido del sistema y abocado a subsistir
(mediante robo, mendicidad, etc.) en los márgenes o por fuera del mismo.
Ciertamente,
a eso cabe responder que con el desarrollo del llamado estado del bienestar en
la época dorada del capitalismo —las décadas que siguieron a la segunda guerra
mundial—, los asalariados consiguieron ventajas importantes en muchos países,
en los que la educación y la sanidad pasaron a sufragarse con impuestos
generales y se crearon también subsidios de desempleo, pensiones de jubilación,
discapacidad, etc. Todo lo cual en alguna medida modifica el principio básico
del capitalismo, según el cual el salario es la fuente única de poder
adquisitivo para la gran mayoría de la población. Sin embargo, el llamado
“Estado del bienestar” —que en muchos países está hoy en proceso de deterioro
acelerado— no cuestiona de ninguna manera que bajo el capitalismo quienes
carecen de ingresos por rentas del capital han de trabajar para subsistir. Decir,
como dice por ejemplo Raventós, que “cualquier ciudadano, sólo por serlo, tiene
todo el derecho del mundo a percibir un sueldo" es hablar de algún mundo
inexistente e ignorar un aspecto básico del capitalismo, que no se basa en
derechos humanos abstractos o aprobados en declaraciones internacionales, sino
en relaciones reales entre individuos y clases sociales. De hecho, las
relaciones de explotación propias del capitalismo ponen en cuestión incluso la
vida y la salud de las personas a menos que los asalariados consigan imponer
leyes y regulaciones (como las que fijan la jornada laboral o establecen normas
mínimas de seguridad e higiene en los centros de trabajo) que limitan la
tendencia siempre presente del capital a incrementar la explotación de los asalariados
para aumentar la ganancia.
Los orígenes de la idea de la renta básica
Daniel
Raventós y Andrés de Francisco explicaban hace
años que la principal causa de la desigualdad “hay que buscarla en
el actual modelo capitalista de crecimiento y desarrollo y en el vigente modelo
antisocial de propiedad”. Para Raventós y De Francisco el capitalismo “vive de
la desigualdad entre el trabajo y el capital” y reproduce y amplía esa
desigualdad porque “asigna muy distintos recursos de poder a propietarios y no
propietarios”. La lucha contra la desigualdad extrema de ingresos y riqueza
“por ahora duramente perdida”, decían Raventós y De Francisco...
"pasa
por buscarle alternativas —si se quiere, parciales y graduales— al capitalismo
(…), alternativas que permitan a la sociedad recuperar el control democrático
sobre las decisiones económicas y a los individuos —a muchos, a millones de
ellos— recuperar el control sobre sus propias vidas, esto es, su
autonomía."
Así
pues, el asunto es este. Como en la sociedad actual las desigualdades son
crecientes y la lucha contra ellas está perdida (al menos eso pensaba Raventós
hace doce años), lo que hay que hacer es promover cautamente medidas parciales
y graduales para avanzar en esa lucha. De hecho, para los partidarios de la
renta básica la implantación de esa asignación universal sería un paso
fundamental para el avance hacia una sociedad sin clases, hacia el comunismo.
Así lo explicaba hace ya casi treinta años el economista belga Philippe van
Parijs, uno de los padres intelectuales de la renta básica. Quienes quieran ir
a las fuentes, que lean su “Marxismo, ecologismo y transición directa al
comunismo” en Mientras Tanto, No. 26, 1986.
En
su tiempo las ideas de van Parijs recibieron muchas críticas desde la
izquierda, pero eso es historia pasada. En nuestros días al defender la renta
básica no suele mencionarse la idea de esa asignación monetaria universal como
paso de transición hacia el comunismo. Eso asustaría a mucha gente, por ejemplo
votantes de Podemos que solo quieren hacer algo para acabar con la casta, la
corrupción y la miseria. Pero lo que sí hacen los partidarios de la renta
básica es mencionar por ejemplo la existencia de una renta básica en Alaska,
para demostrar que la medida es posible. Ese estado estadounidense según el
razonamiento de van Parijs estaría a menor distancia del comunismo que el resto
de los países del mundo, o que el resto de los estados de EEUU. Por supuesto que
pensar eso o pensar que la renta básica de Alaska demuestra algo en cuanto a
factibilidad es ser muy ingenuo, es ignorar las peculiaridades fiscales de los
estados de EEUU y las rentas generadas por el petróleo que permiten la
existencia de “rentas de ciudadanía” en Alaska y en algunos países árabes del
Golfo Pérsico. Pero querer generalizar esa idea sería como pretender que el
clima de La Mancha se parezca al de California o que la economía de España se
parezca a la de Noruega o Arabia Saudí.
Si
se examinan los textos recientes que discuten y fundamentan la idea de la renta
básica es prácticamente imposible encontrar nada que implique un entendimiento
claro de qué es el capitalismo —entendimiento que no puede ser sino crítico y
en esa medida una defensa de otra organización de la economía. Y,
lamentablemente, eso es también extensivo a quienes contraponen a la renta
básica un esquema de trabajo
garantizado. En la discusión se entra en problemas de factibilidad
fiscal, de repercusiones en la oferta y la demanda, o en el nivel de inflación.
Resulta así que el problema no es el capitalismo, sino las políticas
neoliberales, o la falta de respeto a los derechos humanos. En ese contexto, no
es de extrañar que hasta el PP se sume a la propuesta de la renta básica. Todo
sería cuestión de acabar con la corrupción y que hubiera unos buenos
economistas en el ministerio de hacienda. En la línea de ignorar el
funcionamiento básico de nuestra sociedad se dice incluso que la renta básica
acabaría también con las crisis económicas. Raventós afirma así que una renta
básica para la ciudadanía “acabaría con la pobreza y nos sacaría de la crisis.”
Raventós aclara, eso sí, que para que así fuera, sería necesaria también una
reforma fiscal, una lucha implacable contra el fraude fiscal, así como un
control efectivo de la banca, que en parte importante habría de ser pública. Y
además, se necesitaría poner bajo control a los paraísos fiscales.
En
conjunto, esas ideas forman un programa económico reformista que no es menos
utópico que proponer el socialismo, pero que obvia la crítica del capitalismo.
Es un programa similar al que en el siglo XIX defendían los fabianos ingleses y
que en el siglo XX se materializó en la teoría económica de Keynes. Frente a la
idea de Marx de que el capitalismo es un sistema económico que tiene continuas
crisis, que genera miseria y polarización social y que solo puede someterse al
control de la sociedad eliminándolo y sustituyéndolo por un régimen de producción
cooperativo, los reformistas afirman lo contrario, a saber, que mediante
políticas económicas adecuadas puede hacerse que el capitalismo sea humano y
funcione de manera adecuada, sin convulsiones ni antagonismos. Como decía Marx
en una carta a Anenkov (28-XII-1846), los reformistas burgueses “quieren lo
imposible, a saber, las condiciones burguesas de vida, sin las consecuencias
necesarias de estas condiciones”. En Miseria de la filosofía Marx se refería al
reformismo burgués de lo que él llamaba con sarcasmo “la escuela humanitaria”,
que...
"toma
a pecho el lado malo de las relaciones de producción actuales. Para
tranquilidad de conciencia se esfuerza en paliar todo lo posible los contrastes
reales; deplora sinceramente las penalidades del proletariado y la desenfrenada
competencia entre los burgueses (…); recomienda a los burgueses que moderen su
ardor en la esfera de la producción. Toda la teoría de esta escuela se basa en
distinciones interminables entre la teoría y la práctica, entre los principios
y sus resultados, entre la idea y su aplicación, entre el contenido y la forma,
entre la esencia y la realidad, entre el derecho y el hecho…"
La
renta básica a menudo se defiende así, presentándola como basada en “el derecho
a la existencia”. Los economistas que la defienden caracterizan la crisis como
una consecuencia de las actuales políticas neoliberales, de la corrupción, de
la desigualdad social. Si se cambiaran esas políticas y se instaurara la renta
básica, no habría más crisis. Ni por asomo se sugiere que el problema no son
las políticas neoliberales ni los corruptos, sino el sistema económico que da
lugar a esas políticas y a esos mangantes.
Cualquier
medida que beneficie a los asalariados en condiciones de crisis económica
perjudica el funcionamiento del sistema. En el capitalismo las crisis
económicas se resuelven cuando el dinero ocioso vuelve a reinvertirse
convirtiéndose en capital. Para ello, que bajen los salarios es favorable. Por
eso los empresarios se oponen al subsidio de desempleo, a la renta básica y a
cualquier esquema que dote a los asalariados de algún margen de maniobra.
Frente
a ello, Raventós insiste en que implantar una renta básica requerirá “un amplio
consenso social” así como que la medida cuente con “el apoyo de gente suficientemente
significativa”. Además, la idea de la renta básica tendría que estar “muy bien
fundamentada y muy bien explicada”, porque una de las grandes dificultades que
encuentra la propuesta “es que si no se profundiza un poquito [la renta básica]
es muy fácil de ridiculizar”. Lamentablemente, este es un ejemplo bastante
claro de la idea banal que concibe el cambio social como resultado del
razonamiento y del apoyo “de gente suficientemente significativa”.
La
experiencia de progreso social bajo las condiciones de capitalismo muestra de
sobra que ese sistema cuenta con fuerzas enormes para revolucionar a la
sociedad y desarrollarla de mil maneras, a la misma vez que multiplica las
desigualdades y los antagonismos sociales y pone las bases para enormes desastres
en forma de crisis económicas devastadoras, guerras mundiales y, ahora, la
destrucción creciente de las condiciones necesarias para la vida en el único
planeta que tenemos. Parecería entonces que lo fundamental en la lucha por el
progreso social es la crítica de ese sistema capitalista y de sus elementos
esenciales. Por supuesto que la corrupción, el desempleo, la desigualdad y la
miseria son malos, pero son consecuencia del capitalismo y de sus crisis.
Aunque los pocos siglos de historia del capitalismo han sido apenas un instante
en la historia de la humanidad, a escala de la vida humana asemejan toda una
eternidad y son muchos los que piensan que el socialismo, la superación del
capitalismo, es un objetivo demasiado ambicioso y lejano y por lo tanto hay que
conformarse con alternativas “parciales y graduales” que permitan avanzar poco
a poco. Así, como decía Eduard Bernstein, en el movimiento por el socialismo la
lucha por reformas concretas es todo y el objetivo final no es nada.
Lo
que demuestra la historia de hace ya más de un siglo, es que en el empeño por
fundamentar “con rigor y en detalle” las reformas, como hacen Raventós y otros
con su renta básica, se olvida el objetivo final y la crítica de la sociedad
actual se limita a sus manifestaciones superficiales. Claro está que Eduard
Bernstein, que defendió el juicioso posibilismo y avaló la carnicería de la
primera guerra mundial, llegó a viejo tras muchos años de poltronas
institucionales. Rosa Luxemburg, que se opuso a Bernstein e insistió en la
defensa del socialismo y en la oposición a la carnicería de millones de hombres
en las trincheras, lo pagó con años de cárcel primero y con su vida después,
asesinada por los paramilitares que operaban bajo la anuencia del gobierno
“posibilista” de los reformistas socialdemócratas. ¿No es más práctico seguir
la línea de Bernstein?
En
los tiempos que corren quizá tenga poco interés traer a colación los debates
históricos de la tradición socialista. Probablemente es más interesante
preguntarse por el carácter práctico de lo que se propone. Quienes defienden la
renta básica afirman a menudo que es una medida justa, parcial, gradual y
factible. A menudo Pablo Iglesias ha enfatizado que en democracia cuando algo
se ve que no funciona, se cambia. Pero, ¿es eso cierto? Pablo Iglesias es
politólogo y debería medir sus palabras. Porque resulta que según se define, la
renta básica sustituiría todos los subsidios actuales, pero ya que la
recibirían también muchos que hoy no reciben ningún subsidio y que nadie recibiría
menos dinero que el que recibe hoy, la aritmética indica que exigiría un
volumen de fondos mayor que el total de subsidios actuales. Pero, ¿de dónde
saldrían esos mayores fondos? De mayores impuestos sobre los ricos, nos dicen
Raventós y los demás teóricos, y del control de los paraísos fiscales. ¡Ah,
mayores impuestos! Y control de los paraísos fiscales... ¿Y qué gobierno va a
ser el que apruebe mayores impuestos y ponga bajo control a los paraísos
fiscales? Tendrá que ser acaso un gobierno mundial, ¿no? Porque si no, aviado
va el país que empiece por sí solo a implantar la renta básica gravando con más
impuestos a los ricos. Viene la llamada huelga de inversiones y la economía se
va al garete otra vez. No hay que olvidar que la economía chilena durante la
presidencia de Salvador Allende se deterioró progresivamente hasta casi llegar
al caos, precisamente porque la burguesía chilena propietaria del capital y sus
aliados en Washington y otras partes estaban resueltamente en contra de las
políticas de Allende.
Hacer
hincapié en las medidas parciales, en las reformas graduales que hagan al
capitalismo tolerable resulta así difícilmente factible en la realidad y a la
vez no menos utópico que proponer la toma del palacio de Invierno, del palacio
de la Moncloa, o de la Casa Blanca. Hablando de la Casa Blanca, llama la
atención que “Podemos” corresponda exactamente al Yes we can, que fue el lema
de la campaña electoral de Barack Obama cuando ganó las elecciones a la
presidencia de EEUU en 2008. Había grandes expectativas en lo que traería
Obama, el primer presidente negro, el presidente que durante la campaña
electoral dijo que había que acabar con las guerras externas de Bush, con la
cárcel ilegal de Guantánamo, con los abusos de los banqueros… Las enormes expectativas
que trajo Obama se frustraron y hoy en las elecciones parciales al senado de
EEUU el Partido Demócrata hace todo lo posible para que no se le vincule a
Obama, que ha dejado de tener aureola y gancho electoral y es ya solo un
político más en gran parte cubierto de desprestigio. Expectativas frustradas y
fallidas en el campo de la política también ha habido muchas en España, entre
ellas destacan las que trajeron las llegadas de los “socialistas” al gobierno,
primero con Felipe González y luego con Zapatero. Y no digamos las expectativas
de la Segunda República, solo hace falta ver aquellas fotos de la gente en la
Puerta del Sol el 14 de abril de 1931.
La
idea implícita en muchos movimientos populistas es que luchar por pequeñas
reformas para taponar las goteras del capitalismo es práctico y hacedero o por
lo menos “menos difícil” que proponer ir más allá de ese sistema. Pero esa idea
es, cuando menos, un tanto dudosa. Las reformas para poner al capitalismo “bajo
control” son hoy por hoy tan utópicas como el socialismo mismo. Pero tienen el
defecto de que proponerlas y justificarlas suele llevar asociado el abandono
más o menos completo de la crítica al capitalismo, la crítica que justifica y
da fundamento a la lucha por el progreso social. Y eso sin mencionar que, como
dijo una vez la inglesa Joan Robinson, cualquier gobierno que tuviera tanto el
poder como la voluntad de remediar los defectos principales del sistema
capitalista tendría también el poder y la voluntad de abolirlo del todo.
Entonces, ¿para qué conformarse con las migajas, si puede conseguirse la hogaza
entera?
A
menudo Pablo Iglesias ha subrayado que la política es contar con lo que hay y
no con lo que querríamos que hubiera, es tener la valentía de asumir
responsabilidades y no solo hacer crítica desde la barrera y desde la comodidad
de la oposición. Tiene toda la razón en ello y por ello el surgimiento de
Podemos es uno de los fenómenos más interesantes del panorama político europeo
en tiempos recientes. Hay que atreverse y Podemos se ha atrevido. Estas líneas
son un apoyo crítico. Podemos es sin duda una manifestación de la enorme fuerza
que el cambio social tiene en España. Que Podemos pueda llevar a la práctica
sus propuestas podrá ser un enorme paso adelante para que se avance hacia una
sociedad justa y viable. Pero para que esa experiencia que ojalá lleguemos a
conocer no acabe de mala manera, hay que ser conscientes de que hay que ir
mucho más allá de la renta básica.
José
Tapia
Philadelphia,
28-10-2014
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=191315
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