Conversa com Stéphane
Julien y Marie Xaintrailles, publicada na revista La
Bataille socialiste
(http://www.bataillesocialiste.wordpress.com) e, em
Espanha, na revista Transversales (http://www.trasversales.net/index.php3
)
¿Los movimientos indignados son una “nueva forma de
lucha de clases”? Son, en verdad, una forma de lucha vinculada al periodo
actual de la lucha de clases. Estos movimientos despiertan a la sociedad y a los
explotados más conscientes ante los peligros del movimiento del capitalismo, ante
la necesidad de superar la clásica letanía de la reivindicación inmediata para plantearse
preguntas sobre el porvenir de la sociedad.
Antes de abordar estos nuevos movimientos y la
situación actual, Charles Reeve aborda las luchas obreras en China y la crisis
capitalista actual en una amplia perspectiva, en continuidad con la fase que ha
sido denominada “keynesiana”, planteándose en qué modo este nuevo periodo en el
que hemos entrado va a implicar una modificación cualitativa de las luchas sociales.
Has escrito varios libros sobre el capitalismo de
Estado chino. China se ha convertido en una potencia comercial en el
capitalismo mundializado. Algunos lo explican por la no convertibilidad de su
moneda y su régimen represivo. Sin embargo, hay luchas obreras o, al menos, eso
se dice. En ausencia de sindicalismo independiente, ¿son siempre huelgas
salvajes o la situación es más compleja? ¿Son siempre luchas reducidas a una
sola empresa o existen formas de coordinación o de extensión a sectores
productivos o ciudades?
Para empezar… puede haber sindicalismo independiente y
huelgas salvajes. Una huelga es salvaje en relación a la estrategia de la
burocracia sindical, aunque ésta sea independiente de los partidos. Yun
sindicato independiente que funciona según el principio de la negociación y la
cogestión se opone a toda acción autónoma de los asalariados que pueda molestar
a su naturaleza “responsable” y “realista”. La huelga salvaje es una acción que
muestra que los intereses de los trabajadores no coinciden necesariamente con
los objetivos del sindicato, institución negociadora del precio de la fuerza de
trabajo. A la inversa, ha habido en la historia del movimiento sindical, en EEUU
y Sudáfrica por ejemplo, huelgas salvajes por objetivos reaccionarios, a veces
incluso racistas.
En China la situación es, ciertamente, compleja. El
sindicato único (ACFTU, All China Federation of Trade Unions) está ligado al
partido comunista y ha jugado el papel de policía de la clase obrera durante el
maoísmo y después. Después de la “apertura” (al capitalismo privado) se ha convertido
en una gigantesca máquina de gestión de la fuerza de trabajo al servicio de las
empresas, incluyendo a las empresas extranjeras en las Zonas Económicas Especiales.
Está totalmente desacreditado entre los trabajadores. Se le percibe como la
policía y como un apéndice de la dirección de las empresas. Desde hace algunos años,
la burocracia del Partido Comunista ha hecho esfuerzos por restituir algo de su
credibilidad al sindicato. Por ejemplo, se pusieron en marcha campañas
demagógicas para “organizar” los mingong, es
decir, para introducir un cierto control del partido en esas comunidades
obreras marginalizadas, formadas por inmigrantes del interior sin papeles
dentro de su propio país. Pero no tuvieron ni efectos ni consecuencias y
laimagen del ACFTU entre los trabajadores no ha cambiado. A veces el poder
central presiona para que las instancias del ACFTU se posicionen contra tal o
cual dirección de una empresa de capital extranjero.
Por otra parte, en luchas recientes se han vuelto a
ver a los matones del sindicato atacar a los huelguistas y a piquetes en defensa
de esa misma empresa. Eso prueba que esta organización, por su naturaleza, sigue
siendo, en el fondo, reaccionaria y que está del lado del poder, de todos los poderes.
Curiosamente, algunas organizaciones de espíritu sindicalista independiente,
tales como China Labour Bulletin (Hong Kong, http://www.clb.org.hk/en)
continúan, contra viento y marea y a la contra de lo que ellos mismos analizan,
hablando de una posible transformación del sindicato único en un “verdadero
sindicato” de tipo occidental. Se apoyan en la actitud de algunos burócratas
locales y regionales (sobre todo en el sur, en Guangdong) que intentan jugar un
papel negociador a fin de apaciguar la explosiva situación existente. Los
militantes de esas organizaciones independientes (como China Labour Bulletin)
participan de la visión tradicional del movimiento obrero. Para ellos, la
organización “natural” de los trabajadores es el sindicato y sólo el sindicato
puede expresar la conciencia obrera, que sin la ayuda de los “políticos” no
puede superar la consciencia meramente sindicalista. Conocemos el discurso. Son
los valores y principios del viejo movimiento obrero que se aferra a la idea
socialdemócrata de antaño.
En China no existe sindicalismo independiente y no lo
habrá en tanto que la forma política de Partido-Estado perdure. Vista la fuerza
del movimiento huelguista desde hace años, la ausencia de organizaciones creadas
a partir de la base da cuenta del grado de represión del poder. Y todas las huelgas
son, por definición, salvajes, pues deben hacerse fuera de la autorización y control
del ACFTU. Ahora bien, todo movimiento, toda lucha, implica una organización, principio
de lucha obrera. En China nos encontramos con organizaciones efímeras, comités
de huelga informales, formados por las trabajadoras y trabajadores más
militantes. Estas organizaciones desaparecen siempre después de la lucha. La
mayor parte del tiempo, los trabajadores más activos y valerosos lo pagan caro;
son detenidos, desapareciendo en el universo carcelario. Parece que, de un
tiempo a esta parte, el poder es más tolerante, menos feroz en la represión.
Estas organizaciones informales no son reconocidas, pero se las reprime menos.
Este cambio de actitud corresponde con la crisis profunda y compleja de la
clase política china, de sus divisiones internas. Una de las facetas de esta crisis
es la fractura existente entre los poderes locales y el poder central, llegando
éste último a apoyar a veces a los huelguistas para debilitar a los potentados
locales. Por su parte, también los huelguistas intentan actuar sobre estas
divisiones y antagonismos para satisfacer sus reivindicaciones. Y el sindicato
único, atravesado por las divisiones y fracciones del poder político está cada
vez más paralizado.
La última tentativa de creación de una estructura
obrera permanente, de espíritu sindicalista e independiente del Partido Comunista,
data de 1989, cuando la Primavera
de Pekín, con la constitución de la Unión Autónoma de los Obreros. La masacre
de Tiananmen, el 4 de junio, golpeó particularmente a estos militantes (1). Hoy
existe una red de ONGs, creadas mayoritariamente en Hong Kong, que llenan el
vacío y juegan un rol sindical, evitando con precaución cualquier confrontación
política con el poder (2).
Hasta hace poco las luchas obreras quedaban aisladas
en empresas o regiones. Sin embargo, hay que relativizar este aislamiento y
reconocer que la situación cambia. Aislamiento no quiere decir separación. Hay
una unificación que se realiza mediante reivindicaciones comunes, por la consciencia
de compartir el enorme descontento social, de pertenecer a la sociedad de los
explotados, de oponerse a la mafia del poder y de los capitalistas rojos. El papel
de las nuevas tecnologías, de la blogosfera en particular, es primordial (3).
Casi estaríamos tentados de decir que las informaciones circulan hoy más
deprisa en China que en sociedades de “libre información” como las nuestras,
donde se puede decir y saber todo y no se dice ni se sabe nada; donde la
información está sometida al consenso de lo que es “importante”, de lo que se
considera “información”. En China, gracias a la red de las nuevas tecnologías, una
lucha importante, una revuelta popular o manifestaciones contra una fábrica
contaminante, son rápidamente compartidas por centenares de miles de
trabajadores.
No es habitual que haya “formas de coordinación” y las
que existen son totalmente clandestinas. Sin embargo, hoy podemos constatar una
nueva tendencia en estas luchas: su extensión. Desde hace algún tiempo las
luchas salen rápidamente de las empresas y se dirigen a los centros de poder
local, ayuntamientos, locales del partido, policía, tribunales… Igualmente
observamos cómo se extienden y generalizan las luchas en las zonas
industriales. Aumenta la solidaridad de clase y hay trabajadores que se
desplazan para apoyar a los que luchan en otra parte. La presencia de los mingong,
comunidades de trabajadores sin derechos, violentamente explotados,
juega un papel importante en esta extensión. Es un proceso en curso, vivido muy
conscientemente, y muy político, en el sentido que desborda rápidamente las
reivindicaciones inmediatas y se enfrenta a los órganos de represión y de
decisión de la clase dirigente. Político también, en el sentido de que esas
luchas expresan el deseo de una sociedad diferente, de una sociedad no
desigual, no represiva, no controlada por la mafia del partido. En efecto, el
proyecto democrático parlamentario de tipo occidental, defendido por corrientes
disidentes, puede echar raíces. Es inevitable y lógico. Que pueda imponerse,
precintando toda perspectiva de emancipación social, también es posible. Todo
depende, en última instancia, de la amplitud y radicalidad de los movimientos
sociales.
En la nota biográfica sobre Paul Mattick (padre) que
publicas en “Marxisme, dernier refuge de la bourgeoisie?” hablas de un
“agotamiento del proyecto keynesiano”. Es más o menos lo que decía Pierre Souyri
en su libro, póstumo e inacabado, “La Dynamique du capitalisme au XX siècle”: la
utilización del Estado para “paliar” la lucha de clases y dinamizar la
inversión y la producción, no ha sobrevivido a los avatares de la crisis
petrolera y a la movilidad mundial del capital. Desde entonces el Estado parece
más la presa que el refuerzo. ¿Pero no se ven signos de estancamiento del
proyecto neoliberal que remplazó al keynesianismo, cuando las poblaciones
resisten los excesos privatizadores de los servicios y los capitalistas tienen sus
reparos sobre el capital ficticio a partir de la crisis de 2008?
Es una excelente idea partir de Paul Mattick (4) para
volver a hablar de Pierre Souyri (5). Dos teóricos próximos, a pesar de
recorridos diferentes y de distintos contextos históricos. Los dos son bastante
poco conocidos, casi jamás estudiados, ignorados fuera de pequeños círculos
radicales. Souyri todavía menos que Mattick, a pesar de que tuvo un recorrido
universitario después de su participación en Socialisme ou
Barbarie (donde firmaba como Pierre Brune). Souyri era sensible a las ideas
de Mattick, del cual era un atento lector. Su libro póstumo La
dynamique du capitalisme au XX siècle (Payot,
1983) pasó casi desapercibido y no es citado casi nunca.
Mattick y Souyri comparten una misma teoría de la
crisis capitalista, fundada sobre la caída de rentabilidad del capital y las dificultades
de extracción del plusvalor necesario para la acumulación. Tanto el uno como el
otro consideraban que, al contrario de lo mantenido por la mayoría de las corrientes
del marxismo radical (en relación a la socialdemocracia), el problema al que se
enfrenta la acumulación capitalista es el de la extracción del plusvalor y no
el de su realización. Se desmarcaron de los que explican la crisis a partir del
subconsumo, que eran y siguen siendo, en lo esencial, marxistas keynesianos… o
keynesianos marxistas. Las ideas defendidas por Mattick forman parte de una
corriente más amplia, que integra entre otros a Souyri en Francia y a Tony
Cliff en Gran Bretaña.
Souyri veía en la crisis petrolera de 1974 el indicio
de una inversión en el ciclo de acumulación capitalista acaecido después de la guerra
(6). En Le Jour de l’addition (7), Paul Mattick hijo (que fue
compañero político de su padre, otro punto en común con Souyri padre e hijo…)
demuestra igualmente cómo la crisis de 1974 significó un giro a partir del cual
el capitalismo ha intentado superar su crisis de rentabilidad mediante el
recurso constante y creciente del endeudamiento. Para Souyri, el marxismo
clásico (la socialdemocracia y su izquierda bolchevique) ha subestimado las
transformaciones del capitalismo y su capacidad para integrar a la clase
obrera. Por su parte, Mattick no cesó de analizar el papel que han jugado las organizaciones
del marxismo clásico en esta integración. El debate sobre la función y los
límites del keynesianismo parte de constatar dicha subestimación. Souyri se interesó
en la cuestión del tránsito al capitalismo planificado, donde el Estado
intervendría no solamente para corregir los desequilibrios de la acumulación,
sino también para prevenirlos, en una dinámica que conduciría a una economía racionalizada.
Sabemos que esta idea es compartida por eminentes
teóricos de la socialdemocracia, como Hilferding. Para Souyri ese tránsito haría
necesaria la integración capitalista del proletariado, ya que la persistencia
de la lucha de clases haría imposible la planificación. Y es por lo que, en los
años 70, pensaba poder concluir que ese tránsito, esa capacidad del Estado para
planificar la economía, no tendría lugar.
¿Cómo podemos confrontar esa idea con el periodo
actual? Más que integrado, el proletariado actual está malherido por las medidas
de restructuración capitalista. La clase capitalista no suscribe ese proyecto de
racionalización de la economía; más bien ha vuelto a la idea del dejar
hacer, de la mano invisible del mercado. Por lo tanto, hay que volver a
plantear la cuestión sobre otras coordenadas. Es lo que hacía Souyri, para
quien, más allá de los antagonismos de clase, hay “un problema más profundo: el
de la rentabilidad del capital y su decadencia” (La dynamique du capitalisme au
XXe siècle, p.29). Por otra parte, Souyri afirmaba que la acción reguladora del
Estado sólo ha sido posible en periodos de crecimiento y que desde que éste se
interrumpía los límites de la intervención del Estado se hacían visibles, “…
los primeros síntomas de desestabilización del sistema permiten establecer que
las verdaderas barreras a las cuales hace frente la acumulación continua del
capital son aquellas que limitan la extracción de una cantidad suficiente de plusvalor”
(p. 30). “La crisis de 1974 demuestra con claridad que la planificación de un
crecimiento continuo es un mito que se derrumba tan pronto como la tasa de beneficio
se contrae” (p. 38).
Por tanto, es en el problema de la rentabilidad y de
la baja tendencial de la tasa de beneficio del sector privado, donde hay que buscar
el agotamiento del proyecto keynesiano, de sus veleidades reguladoras del capitalismo.
Aquí Souyri converge con el análisis de los límites de la economía mixta hecho
por Mattick. Para Souyri y para Mattick “la rentabilidad del capital privado ha
sufrido una erosión gradual que le ha arrebatado su capacidad de autoexpansión”
(p. 35). Lo que Keynes también reconocía y con lo que pretendía aportar una
“solución”
capaz de evitar una posible ruptura social y sus
peligros revolucionarios. Ahora bien, argumenta Mattick, esta “solución”, el
intervencionismo económico, hace desaparecer las condiciones mismas que la
vuelve eficaz, se convierte en un nuevo problema. El crecimiento de la demanda
por medio de la intervención del Estado actúa sobre la producción global sin llegar
a restaurar la rentabilidad del capital privado así como la perdurabilidad de
la acumulación. Aumenta el endeudamiento y pesa aún más en la insuficiencia de
los beneficios privados. Hoy, mientras vivimos los efectos de una profunda
crisis del capitalismo, los debates sobre su naturaleza son raros o se
desarrollan en medios confidenciales. Continua hablándose de “crisis monetaria”
sin explicarla. La crítica al keynesianismo viene esencialmente de los
neoliberales. Y las voces que se apartan del discurso oficial son de
economistas neokeynesianos. Este es el caso, en Francia, del círculo Les
économistes atterrés o de
Fréderic Lordon, cuyos discursos ocupan un lugar central en a esfera de
influencia post ATTAC y en Le Monde
Diplomatique. En uno de sus últimos artículos, Lordon propone “un
gran compromiso político, el único que puede hacer al capitalismo temporalmente
admisible, lo mínimo que debería reivindicar una línea socialdemócrata un poco
seria (…)”, que en lo esencial, se resumiría en la aceptación de la
desestabilización creada por el capitalismo a cambio de un compromiso de los
capitalistas para “asumir daños colaterales”, “hacer pagar al capital el precio
de los desórdenes que él recrea incesantemente en la sociedad con sus
dislocaciones y restructuraciones”. Este “gran compromiso” neosocialdemócrata
sería una pálida copia de los del pasado; ni siquiera se trata de “corregir” o
“prevenir” las crisis, sino de “vivir con” y de “pagar por los desórdenes” engendrados
por el sistema (Frédéric Lordon, “Peugeot, choc social et point de bascule”, Le
Monde Diplomatique, agosto 2012).
Frente a esta ruina programática de la “izquierda”
puede medirse la importancia de la obra de Paul Mattick y su crítica del
keynesianismo desde un punto de vista anticapitalista. Escribe Souyri: “Entre
una economía donde el sector público está limitado y subordinado al capitalismo
de los monopolios y una economía donde el sector estatal es predominante
mientras que el sector privado tiende a ser residual, existe una diferencia cuantitativa
que tiende a ser cualitativa. La sociedad burguesa no puede estatalizar completamente
la economía sin dejar de ser la sociedad burguesa” (Ibid, p. 18).
Este debate, sobre la dinámica del capitalismo y la
evolución posible hacia una forma de capitalismo de Estado también se encuentra
presente en la obra de Mattick. Consideraba que los límites de la economía
mixta pueden plantear, a largo plazo, el problema de la expropiación del
capitalismo privado por las deducciones del Estado, transferencias de
beneficios privados hacia el sector público. Tal dinámica no puede dejar de
generar la oposición de la clase burguesa.
Y la “diferencia cualitativa” suscita una cuestión
política importante. El neoliberalismo actual es una reacción ideológica militante
frente a esa tendencia y ese peligro; es el reconocimiento por los economistas burgueses
de los límites de la economía mixta. Sin embargo, y a pesar del impacto de este
discurso antikeynesiano, el nivel de la intervención del Estado desde el final
de la segunda guerra nunca ha sido tan alto. Y, como señalaba Mattick, la disminución
de esta intervención conduce a las economías hacia la recesión. La asfixia del proyecto
neoliberal se encuentra en este estrecho margen, entre la ausencia de “capacidad
de autoexpansión” del capitalismo privado y la imposibilidad para continuar aumentando
la intervención del Estado en la economía. Siendo así, este peligro que amenaza
a la sociedad burguesa explica que los capitalistas privados no puedan contemporizar
con las tendencias intervencionistas. Y que las tendencias políticas
neoliberales no cedan. Alargo plazo, les va en ello la supervivencia de la
burguesía. El Estado no es su presa, sigue siendo su institución política, de
la que se sirven para saquear el conjunto de la economía, para salvaguardar y hacer
funcionar las redes de especulación, para apropiarse de los beneficios sin, por
ello, reactivar la acumulación. No obstante, podemos imaginar una situación de
levantamiento social frente al cual la única forma de preservar el modo de
producción capitalista sería una vuelta al intervencionismo generalizado, a una
estatalización de la economía, donde incluso la burguesía se alinearía
tácticamente detrás de un programa “socialista de Estado”. Dotando una vez más
de sentido a la frase de Rosa que Mattick retoma en un epígrafe de su último libro,
“La clase burguesa libra su último combate bajo una bandera impostora, la de la
revolución misma”. Pero la bandera de la socialdemocracia, del capitalismo de
Estado disfrazado de “socialismo posible”, está hoy en día muy desacreditada.
La socialdemocracia se ha extraviado en el pantanal del neoliberalismo. Visto
el estado de desarrollo de las sociedades y la experiencia histórica acumulada,
podemos esperar que tal situación abriría la puerta a otras posibilidades, a
una lucha hacia la emancipación social.
Aunque no estamos ahí. Por el momento los capitalistas
se ensañan para aumentar la tasa de explotación con la esperanza de aumentar
sustancialmente los beneficios e invertir la tendencia a la desinversión. Pero ya
en 1974 Souyri escribía: “Una política desconsideradamente retrógrada en materia
de salarios podría tener como efecto hacer crecer en el proletariado una
desesperanza y una ira peligrosa, sin por ello modificar, sensiblemente la tasa
de beneficio de una manera positiva” (“La Crise de 1974 et la riposte du capital”, ibid).
Es la situación en la que nos encontramos hoy en día.
Si la depresión de las economías se profundiza provocará
la desorganización de las sociedades. También las luchas sociales sufrirán una
modificación cualitativa. La resistencia no será suficiente, la subversión del
antiguo orden social aparecerá para algunos como una necesidad. Desde el punto
de vista del capitalismo, visto el estado de acumulación al que se ha llegado, para
restablecer la rentabilidad será necesario algo más que la superexplotación,
una
destrucción gigantesca de capital y de fuerza de
trabajo. Las guerras aisladas, delimitadas, como las que se están sucediendo,
no serán suficientes. dado que el capitalismo, por su tecnología nuclear, se
encuentra a partir de ahora frente a su capacidad de autodestrucción. Estamos
asistiendo al alba de un largo periodo en el que el capitalismo volverá a demostrar
su peligrosidad como sistema. Todavía no somos capaces de imaginar las consecuencias
políticas. La alternativa emancipación social o barbarie vuelve a ponerse en
evidencia. Las formas que adoptará un posible movimiento emancipador serán
nuevas, como las de la barbarie política, pues tampoco son ya de actualidad las
del viejo fascismo, sistema político y social de la contrarrevolución, variante
totalitaria del intervencionismo de Estado.
Leer hoy en día a Mattick y a Souyri, entre otros,
puede ayudarnos a discernir dónde nos encontramos y los caminos a evitar.
Las movilizaciones actuales contra las medidas de
“austeridad”, bajo formas diversas como el movimiento “Occupy” en los Estados
Unidos o lo “indignados” en otros países, ¿constituyen, según tú, una nueva
forma de la lucha de clases? Más en general, ¿cómo analizas la reacciones delos
trabajadores frente a las consecuencias de la crisis capitalista que las clases
dirigentes nos hacen sufrir?
Podemos comenzar por el final. En España, en 2011, los
bancos echaron de sus casas, evidentemente con la ayuda de la policía, a entre
160 y 200 personas al mes. Estas cifras continúan aumentando. Al mismo tiempo,
el número de desahucios impedidos por las movilizaciones colectivas ha sido del
orden de uno por día. Si la desproporción es enorme, ello no quita que existe un
fuerte movimiento de oposición a los desahucios. Apartir de ahí se articula con
el desarrollo de acciones de trabajadores en la calle para ocupar -“liberar”,
dicen- inmuebles vacíos que pertenecen a bancos y sociedades inmobiliarias.
Grandes propiedades agrícolas (pertenecientes a la agroindustria o a los
bancos) empiezan también a ser ocupadas por los asalariados agrícolas y los
parados, sobre todo en Andalucía, en la provincia de Córdoba. Estas acciones
directas son ejemplos de nuevas formas de acción realizadas por trabajadores que
sufren directamente los efectos de las políticas de austeridad. En Europa, el
caso español es, sin duda, donde las luchas se están radicalizando más. Y esta
radicalización, la popularidad de estas acciones, no pueden separarse del
impacto de los movimientos de los indignados, en España
el 15M. En los Estados Unidos, donde el movimiento Occupy
ha sido aplastado por una fuerte represión del Estado federal y de
las autoridades locales, los grupos locales que continúan reclamándose de Occupy
están empeñados, igualmente, en la lucha contra los desahucios en los
barrios populares. Estas luchas se caracterizan porque se salen del marco puramente
cuantitativo de la reivindicación inmediata. Se dirigen contra la legalidad y plantean
la cuestión de la necesaria reapropiación de las condiciones de vida para aquellas
y aquellos que hacen funcionar a la sociedad.
Los movimientos de los Indignados
han recorrido su camino, con diferencias y contradicciones, según
las condiciones específicas de cada sociedad. Están llenos de contradicciones y
de ambigüedades, pero son diferentes de todos los que hemos conocido antes.
Allí donde su dinámica ha sido más intensa, donde el movimiento ha conseguido ocupar
por más tiempo el espacio público, en España y en los Estados Unidos, las divergencias
han acabado tomando una forma organizada, entre reformistas y radicales. Progresivamente,
esta última tendencia, opuesta al electoralismo y a la negociación, ha
invertido su energía y creatividad en acciones directas, como el apoyo a
huelgas y ocupaciones de edificios vacíos, acciones contra los desahucios, contra
los bancos. Se desmarcan de formas de acción precedentes, incorporan los
callejones sin salida y las derrotas del pasado reciente, discuten los
principios del compromiso y de las tácticas de negociación. Muy críticos con la
clase política y la corrupción que va asociada a ella, cuestionan, de forma más
o menos extrema, los fundamentos mismos de la democracia representativa. Buscan
nuevas vías, se interrogan sobre la prioridad del enfrentamiento físico con los
mercenarios del Estado y son particularmente sensibles a la necesidad de
ampliar el movimiento. Dudan de los proyectos de gestión del presente, rechazan
la lógica productivista capitalista actual y plantean la necesidad de una
sociedad diferente (8).
Estas preocupaciones son claramente antinómicas de la
actividad consensual y normativa de las instituciones partidistas y de los
sindicatos tradicionales. La energía creativa liberada por estos movimientos ha
propiciado su extensión social, a veces más allá de lo que podía preverse. Un
ejemplo reciente: el gran movimiento estudiantil que está sacudiendo a la
sociedad de Quebec, a pesar de que comenzó por simples reivindicaciones
corporativas (9).
Entre las ideas aportadas por estos movimientos, la de
la Ocupación
parece haber encontrado un amplio eco. Así como la propuesta, según la cual los
interesados deben actuar directamente, por ellos mismos, para ellos mismos,
para resolver sus propios problemas. La insistencia puesta en la organización de
base ha sido un elemento motor de estos movimientos, por la constitución de
colectividades no jerárquicas, que desconfía de las manipulaciones políticas, insumisas
al carisma de los jefes. Cuando la prensa más contemporizadora (Paris Match
y Grazzia, por no citar más que dos ejemplos
recientes) se interesa de forma paternalista por los Indignados, es
para lamentar que se hayan alejado de la vida política tradicional y hayan
rechazado dotarse de jefes, carencias que, evidentemente, son apuntadas como la
causa principal de su fracaso.
En Estados Unidos el impacto del movimiento Occupy
y sus ideas ha sido enorme y es demasiado pronto para analizar su alcance
y sus consecuencias (10). Si al principio afectó sobre todo a los jóvenes estudiantes-trabajadores
precarios, que constituyen una fracción creciente de la “clase obrera” en términos
sociológicos, el movimiento enseguida atrajo, como en España, a la gran masa de
damnificados del capitalismo contemporáneo, de excluidos, sin techo y otros
itinerantes de la vida. En muchas grandes ciudades constituían finalmente una
parte importante de los acampados en la calle. Pero Occupy
también cautivó a los sectores más combativos del movimiento obrero,
a los sindicalistas de base. Esto dice mucho sobre el estado de desarrollo en
el que se encuentran los trabajadores conscientes del callejón sin salida del sindicalismo
ante la crisis y la violencia del ataque capitalista. El eslogan “We are the
99%”, más allá de su simplismo reductor, ha destrozado la expresión ideológica
de “clase media”, categoría en la que se había integrado todo asalariado, todo
trabajador con un nivel medio de consumo, a crédito, por supuesto. Igualmente
ha desvelado la tendencia actual del capitalismo, la concentración de la
riqueza y del poder en una ínfima parte de la sociedad. Así pues, después de Occupy, los
conceptos de explotación, de clase, de sociedad de clases han vuelto a la superficie
del discurso público. En un vasto territorio-continente como Estados Unidos, donde
los conflictos, huelgas, movilizaciones estaban cada vez más separadas las unas
de las otras, la palabra Occupy constituye a partir de ahora una
referencia unificadora en toda lucha local o sectorial.
La ocupación de la calle no es la ocupación de un
lugar de trabajo. Pero en los Estados Unidos y en España, el espíritu de Occupa y del
15M ha contaminado el “mundo asalariado”. Encuentra un eco en los trabajadores conscientes
del hecho de que la lucha sindical del pasado no aspira al derrocamiento, ni
incluso al debilitamiento de los movimientos del capitalismo y las decisiones agresivas
de los capitalistas. Su único objetivo ante la decadencia de los sectores industriales
es lograr un mejor salario, vender cara su piel. En este sentido, la lucha de los
obreros de Continental es un ejemplo. Empeñarse en hacer
viable tal o cual empresa, tal o cual sector, no conduce más que a adormecer a
las víctimas. La idea de “autogestionar” una empresa aislada parece hoy más
irrisoria, dada la mundialización del capitalismo. Veremos qué forma y
contenido tendrá la lucha futura en el automóvil francés. Si podrá unificar
otras luchas, otros sectores donde la clase capitalista va a golpear. En un
primer momento el gobierno y los sindicatos se limitan a un discurso de
“restructuración”, aunque el sector del automóvil está sometido a una
competencia mundial en los mercados saturados. Los militantes de la izquierda
sindical (¡la última tarea histórica de los trotskistas!) harán lo que saben
hacer y que siempre han hecho: crear un comité de lucha, acceder a los libros
de la empresa y reivindicar la prohibición de despidos. Más allá, no tienen nada
que decir, o se autocensuran decirlo por consideraciones tácticas sobre el
sentido social, humano y ecológico de la producción de automóviles y sobre cómo
y porqué salvaguardar tal lógica, una producción que consume a los hombres y a
las sociedades.
Podemos, por supuesto, criticar a los movimientos de
los Indignados, subrayar sus contradicciones y sus ambigüedades.
¿Pero cómo podemos comparar estos movimientos que sacuden en algunos meses a
sociedades modernas, con el estado átono de las luchas obreras, de donde
actualmente no aparece la menor propuesta alternativa, la menor idea de un
mundo diferente, salvo la resistencia y el deseo de una vuelta al pasado reciente,
el mismo que ha alumbrado el desastre presente? Los movimientos Indignados, ¿son
“una nueva forma de la lucha de clases”? Son, efectivamente, una forma de lucha
que corresponde al periodo actual de la lucha de clases. Despiertan a la
sociedad y a los explotados más conscientes haciéndoles ver los peligros del
capitalismo, de la necesidad de dejar atrás la letanía clásica de la
reivindicación inmediata para plantearse cuestiones sobre el futuro de la sociedad.
El movimiento obrero está viejo y no puede ofrecer ni oposición ni alternativas
a los ataques capitalistas en curso. Se muere y es vano querer remediarlo.
Tiene que construirse un nuevo movimiento a partir de las luchas de aquellas y
aquellos que se desmarquen de los viejos principios y formas de acción. Esto
llevará un tiempo. Occupy y el 15M, entre otros, han abierto
caminos, formas de acción. El trabajo del Topo hará el resto. Es sólo un adiós
y las formas y contenidos de estos movimientos reaparecerán transformados, en
otro lugar y otro momento, en otros movimientos con dinámicas nuevas.
15 de agosto de 2012
Notas
1. Charles Reeve y Hsi Hsuan-wou, Bureaucratie, bagnes et business, Insomniaque, 1997.
http://www.insomniaqueediteur.org/publications/bureaucratie-bagnes-et-business
2. Pun Ngai, Avis au consommateur,
Insomniaque, 2011.
http://www.insomniaqueediteur.org/publications/avis-au-consommateur
3. Les mots qui font peur,
Insomniaque.
http://www.isomniaqueediteur.org/publications/avis-au-consommateur
4. Paul Mattick (1904-1981):
http://bataillesocialiste.wordpress.com/mattick-1904-1981
5. Pierre Souyri (1925-1979):
http://bataillesocialiste.wordpress.com/souyri-1925-1979
6. “La Crise de 1974 et la riposte
du capital” Annales, nº 4, 1983
http://bataillesocialiste.wordpress.com/2010/06/18/la-crise-de-1974-et-la-riposte-du-capital-
souyri-1979-1-linflation-et-lattaque-contre-les-salaires
7. En Le Jour de l’addition (Insomniaque,
2009)
http://www.insomniaqueediteur.org/publications/le-jour-de-laddition
Una versión ampliada de este
texto ha aparecido en los Estados Unidos en 2012, editada
por Reaktion Books y en Alemania
por Edition Nautilus.
8. Grupo Etcétera, “A propos du
caminar indignado”, Barcelona, marzo de 2012, publicado
en Courant Alternatif, mayo 2012:
http://oclibertaire.free.fr/spip.php?article1177
9. “La grève étudiante québécoise
générale et illimitée: quelques limites en perspective”.
http://oclibertaire.free.fr/spip.php?article1215
10. Charles Reeve, Occupy, cette agaçante interruption du “business as usual”
http://www.article11.info/?Occupy-cette-agacante-interruption#a_titre
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