02/10/13

Castoriadis: "Reflexões sobre o Desenvolvimenro e a Racionalidade" (1974)

O debate, nem sempre esclarecedor, que tem vindo a desenrolar-se neste bloque sobre questões como "ecologia e política", "crescimento versus decerescimento", "gestão de recursos e questões ambientais", etc., talvez possa ser retomado em melhores condições tendo presentes uma análise como que Castoriadis propunha em 1974 sobre boa parte dos temas que têm sido seu objecto. O texto (em tradução castelhana), do qual deixo aqui alguns excertos, pode ser consultado através deste link.


[…] finalmente el desarrollo ha venido a significar un crecimiento indefinido y la madurez de la capacidad de crecer sin fin. Y así concebidos, en tanto que ideologías, pero también, a un nivel más profundo, en tanto que significaciones imaginarias sociales, eran y siguen siendo consustanciales con un grupo de “postulados” (teóricos y prácticos), los más importantes de los cuales parecen ser los siguientes:

-la “omnipotencia” virtual de la técnica;

-la “ilusión asintótica” relativa al conocimiento científico;

-la “racionalidad” de los mecanismos económicos;

-diversos lemas sobre el hombre y la sociedad que han cambiado con el tiempo pero todos los cuales implican ya que el hombre y la sociedad están “naturalmente” predestinados al crecimiento, etc. (homo economicus, la “mano escondida”,  liberalismo y virtudes de la libre concurrencia), ya -lo que es mucho más apropiado a la esencia del sistema- que pueden ser manipulados de diversas maneras para conducirlos ahí (homo madisoniensis Pavlovi, “ingeniería humana” e “ingeniería social”, organización y planificación burocráticas como universales aplicables a todo problema).

La crisis del desarrollo es evidentemente también la crisis de esos “postulados” y de las correspondientes significaciones imaginarias. Y esto explica simplemente el hecho de que las instituciones que encarnan esas significaciones imaginarias sufrieran un trastorno brutal en la realidad efectiva. (El término “institución” se utiliza aquí en el sentido más amplio posible: en el sentido, por ejemplo, de que el lenguaje es una institución, al igual que lo son la aritmética, el conjunto de los instrumentos de toda la sociedad, la familia, la ley, los “valores”.) Este trastorno, a su vez, se debe esencialmente a la lucha que los hombres que viven bajo el sistema sostienen contra éste, lo que quiere decir que las significaciones imaginarias de que hemos hablado se aceptan socialmente cada vez menos. Este es el aspecto principal de la “crisis del desarrollo”, que no puedo tratar aquí.

Pero los “postulados” se desmoronan también en sí mismos y por ellos mismos. Trataré de ilustrar sumariamente la situación discutiendo algunos aspectos de la “racionalidad” económica y de la “omnipotencia” de la técnica.

(…)

Tal vez no sea difícil comprender por qué la economía ha sido considerada durante dos siglos como el reino y el paradigma de la “racionalidad” en los asuntos humanos. Su tema es lo que se había convertido en la actividad central de la sociedad; su propósito es probar (y para los oponentes, como Marx, refutar) la idea de que esta actividad se realiza de la mejor manera posible en el cuadro del sistema social existente y por su mediación. Pero también -feliz “accidente”- la economía proporcionaba la posibilidad aparente de una matematización, ya que concierne al único campo de actividad humana en que los fenómenos parecen mensurables de una manera no trivial, en que incluso esta “mensurabilidad” parece ser -y, hasta cierto punto, lo es efectivamente- el aspecto esencial a los ojos de los agentes humanos a que concierne. La economía trata de “cantidades” y , sobre este particular, todos los economistas siempre se ponen de acuerdo (si bien, de vez en cuando, se ven forzados a discutir la cuestión: ¿cantidades de qué?). Así, los fenómenos económicos parecían prestarse a un tratamiento “exacto” y pasivo de la aplicación del instrumento matemático, cuya formidable eficacia se demostraba día tras día en la física.

En este dominio, identificar máximo (o extremo) y óptimo parecía ser lo que con toda evidencia debía hacerse, y así se hizo rápidamente. Había un producto a maximizar y unos costes a minimizar. Había, pues, una diferencia a maximizar: el producto neto vendible por la firma, el “excedente” neto para la economía global (“excedente” que aparece bajo la forma de “bienes” o de crecimiento del “ocio”, tal como se mide por el “tiempo libre”, sin consideración del uso o del contenido de ese “tiempo libre”).

¿Pero qué es el “producto” y qué son los “costes”? Las bombas H se incluyen en el producto neto, pues el economista “no se ocupa de los valores de uso”. Y se incluyen igualmente los gastos de publicidad por medio de la cual se induce a la gente a comprar baratijas que probablemente no habrían comprado sin ese recurso; y, desde luego, esas mismas baratijas. Lo son también los gastos en que se incurre para limpiar a París del hollín industrial; y, con cada accidente de carretera, el producto nacional neto aumenta en títulos diversos. Aumenta igualmente cada vez que una firma decide nombrar un vicepresidente suplementario que percibe un salario sustancioso, ex hypothesi, la firma no lo habría nombrado si su producto marginal no fuera por lo menos igual a su salario). Más generalmente, la “medida” del producto refleja las evaluaciones de diversos objetos y de diversos tipos de trabajo realizados por el sistema social existente, evaluaciones que, desde luego, reflejan a su vez la estructura social existente. El PNB es lo que es también porque un dirigente de empresa gana veinte veces más que un barrendero. Pero incluso si se aceptaran estas evaluaciones, la mensurabilidad de los fenómenos económicos, dejando de lado las trivialidades, no es más que una apariencia engañosa. El “producto”, sea cual fuere su definición, es mensurable “instantáneamente” en el sentido de que siempre se puede sumar, para el conjunto de la economía y para un momento dado, las cantidades de los bienes producidos multiplicadas por los precios correspondientes. Pero si los precios relativos y/o la composición del producto cambian (lo que, de hecho, es siempre el caso), las “mediciones” sucesivas efectuadas en momentos diferentes en el tiempo no se pueden comparar (como no se pueden comparar, por la misma razón, las “mediciones” efectuadas sobre países diferentes). Hablando en rigor, la expresión “crecimiento del PNB” carece de sentido salvo en el caso ficticio en que no hay más que una expansión homotética de todos los tipos de productos, y nada más. En particular, en una economía de cambio técnico, el “capital” no puede medirse de forma que tenga un sentido, salvo con la ayuda de hipótesis ad hoc altamente artificiales y contrarias a los hechos.

Todo esto supone de inmediato que ya no es verdaderamente posible medir los “costes” (ya que los “costes” de uno son para la mayoría los “productos” de otro). Los “costes” tampoco pueden medirse por otras razones: porque la idea clásica de la imputación de tal parte del producto neta a talo cual “factor de producción”, y/o del tal producto a tal conjunto de medios de producción, es inaplicable. La imputación de partes a “factores de producción” (trabajo y capital) implica postulados y decisiones que rebasan en gran medida el dominio de la economía. La imputación de costes a un producto dado no puede efectuarse a causa de diversos tipos de indivisibilidad (que los economistas clásicos y neoclásicos tratan como excepciones, a pesar de que están presentes en todas partes) y a causa de la existencia de “externalidades” de todas clases. Las “externalidades” significan que el “coste para la firma” y el “coste para la economía” no coinciden y que aparece un excedente (positivo o negativo) no imputable. Lo que es todavía más importante es que las “externalidades” no están confinadas en el interior de la economía como tal.

Se tenía la costumbre de considerar la mayor parte del medio ambiente (su totalidad, a excepción de las tierras de propiedad privada) como un “don gratuito de la naturaleza”. De la misma manera, el marco social, los conocimientos generales, el comportamiento y las motivaciones de los individuos se trataban implícitamente como “dones gratuitos de la historia”. La crisis del medio ambiente no ha hecho más que poner de manifiesto lo que siempre ha sido cierto (Liebig lo sabía hace más de un siglo): un “estado apropiado” del medio ambiente no es un “don gratuito de la naturaleza” en todas las circunstancias y sin consideración al tipo y a la expansión de la economía de que se trate. Ni es tampoco un “bien” al que podría afectar un “precio” (efectivo o “dual”), ya que nadie, por ejemplo, sabe cuál sería el coste de una reglacialización de los casquetes glaciales polares, caso de que se fundieran. Y el caso de países “en vías de (no-) desarrollo” muestra que no se puede tratar al judaísmo, al cristianismo y al sintoísmo como “dones gratuitos de la historia” , pues la historia ha “donado” a otros pueblos el hinduismo o el fetichismo, los cuales, hasta ahora, aparecen más bien como “obstáculos al desarrollo” proporcionados gratuitamente por la historia.

Detrás de todo esto se encuentra la hipótesis oculta de la separabilidad total, tanto en el interior del campo económico como entre ese campo y los procesos históricos, sociales o incluso naturales. La economía política supone continuamente que es posible separar, sin que ello sea absurdo, las consecuencias que resultan de la acción X de la firma A y el flujo total de los procesos en el interior y el exterior de la firma; como también que los efectos de la presencia o de la ausencia de un “total” dado de “capital” y de “trabajo” pueden separarse del resto de la vida humana y natural de una manera que tenga sentido. Mas, cuando se abandona esta hipótesis, la idea de un cálculo económico en los casos no triviales se desmorona y, con ella, la idea de la “racionalidad” de la economía en el sentido admitido del término (como obtención de un extremo o de una familia de extremos), tanto en el nivel teórico (de la comprensión de los hechos) como en el nivel práctico (de la definición de una política económica “optima”).

Lo que aquí se cuestiona no es simplemente la “economía de mercado” y el “capitalismo privado” , sino la “racionalidad”, en el sentido indicado anteriormente, de la economía (de toda economía en expansión) como tal; pues las ideas en que se funda lo que acaba de decirse se aplican igualmente, ya en sentido literal, ya mutatis mutandis, a las economías “nacionalizadas” y “planificadas”.

Para ilustrar este último punto utilizaré otro ejemplo, que se refiere a la cuestión fundamental del tiempo. La economía política sólo tiene en cuenta al tiempo, en tanto que pueda ser tratado como no-tiempo, como medio neutro y homogéneo. Una economía en expansión implica la existencia de la inversión (“neta”) , y la inversión está íntimamente ligada con el tiempo, dado que en la inversión se ponen en relación el pasado, el presente y el futuro. Pues bien, las decisiones que conciernen a la inversión jamás pueden ser “racionales” salvo en el nivel de la firma y a condición de que se sujeten a un punto de vista muy estrecho. Ello es así por múltiples razones, de las que sólo mencionaré dos. Primero, no solamente “el futuro es incierto”, sino que el presente es desconocido (constantemente suceden cosas en todas partes, otras firmas se disponen a tomar decisiones, la información es parcial y costosa, y esto en grados diferentes para los diferentes agentes, etc.). En segundo lugar, como ya se ha dicho, los costes y el producto no se pueden medir verdaderamente. El primer factor podría, en teoría, eliminarse en una economía “planificada”. El segundo no se podría eliminar .

Pero en todos los casos surge una cuestión mucho más importante: ¿cuál es la tasa global correcta de inversión? ¿La sociedad debería consagrar a la inversión (“neta”) un 10, 20, 40 u 80 % del producto (“neto”)? La respuesta clásica, para las economías “privada”», era que “la” tasa de interés constituía el factor de equilibrio entre la oferta y la demanda de ahorro, y en consecuencia el “regulador” apropiado de la tasa de inversión. Esta respuesta, como se sabe, es un puro sinsentido. (“La” tasa de interés no existe; es imposible admitir que la tasa de interés es el principal determinante del ahorro total, que el nivel de los precios es estable, etc.). Von Neumann probó, en 1934, que mediante ciertas hipótesis, la tasa de interés “racional” debería ser igual a la tasa de crecimiento de la economía. ¿Pero cuál debería ser esa tasa de crecimiento? Suponiendo que esa tasa de crecimiento esté en función de la capacidad de producción, y sabiendo que esta capacidad depende de la tasa de inversión, nos vemos remitidos a la cuestión inicial: ¿cuál debería ser la tasa de inversión? Planteemos la hipótesis adicional de que los “planificadores” se fijan el objetivo de maximizar el “consumo final” en un período dado. Entonces la cuestión es: ¿cuál es la tasa de inversión que maximizaría (bajo hipótesis complementarias que conciernen a la “productividad física” del capital adicional) en un “estado permanente” (o “estacionario”: steady state) la integral del “consumo final” (individual o público, de “bienes” o de “ocios”)? El valor de esta integral depende, desde luego, del intervalo de integración. es decir, del horizonte temporal que los “planificadores” han decidido tomar en consideración. Si el consumo a maximizar es el consumo “instantáneo” (horizonte temporal nulo), la tasa de inversión apropiada es evidentemente cero. Si el consumo debe ser maximizado “para siempre” (horizonte temporal infinito), la tasa apropiada de la inversión es casi el 100 % del producto (“neto”), suponiendo que la “productividad física marginal” del capital continúe siendo positiva para todos los valores correspondientes de la inversión. Las respuestas que “tienen un sentido” se sitúan evidentemente entre estos dos ero ¿dónde exactamente y por qué? No existe ningún “cálculo racional” que pueda mostrar que un horizonte temporal de cinco años es (para la sociedad) más o menos “racional” que un horizonte temporal de cien años. La decisión deberá tomarse sobre bases distintas de las “económicas”.

Todo esto no significa que cuanto sucede en la economía es “irracional” en un sentido positivo, y aún menos que es ininteligible; sino que podemos tratar los procesos económicos como un flujo homogéneo de valores cuyo único aspecto pertinente sería que son medibles y deben ser maximizados. Ese tipo de “racionalidad” es secundario y subordinado. Podemos servirnos de ella para despejar una parte del terreno y eliminar algunos absurdos manifiestos. Pero los factores que hoy en día conforman efectivamente la realidad, y entre ellos, las decisiones de los gobernantes, de las empresas y de los individuos, no pueden someterse a este género de tratamiento. y en una sociedad nueva y distinta serían de una naturaleza totalmente diferente.


(…)

La cuestión de la técnica se discute desde hace largo tiempo en el interior de marcos míticos que se suceden los unos a los otros. Al principio, el “progreso técnico” era naturalmente, bueno y nada más que bueno. Luego el progreso técnico llegó a ser bueno “en sí mismo”, pero utilizado mal (o para el mal) por el sistema social existente; en otros términos, la técnica se consideraba como un medio en sí mismo neutro en cuanto a los fines. Esta sigue siendo, en la actualidad, la posición de los científicos, los liberales y los marxistas; no hay nada, por ejemplo, que decir en contra de la industria moderna como tal: lo que no está bien es que se la utilice en provecho y para el poder de una minoría, en lugar de para el bien de todos. Esta posición se apoya en dos falacias combinadas: la falacia de la separabilidad total de los medios y los fines y la falacia de la composición. El hecho de que se pueda utilizar el acero para fabricar, indiferentemente, arados o cañones, no implica que el sistema total de máquinas y de técnicas existentes hoy pueda ser utilizado, indiferentemente, para “servir” a una sociedad alienada y una sociedad autónoma. Ni ideal ni realmente se puede separar el sistema tecnológico de una sociedad de lo que es esa sociedad. Y ahora hemos llegado más o menos a una posición situada exactamente en las antípodas de la posición inicial: cada vez son más numerosas las personas que piensan que la técnica es mala en sí misma.

Debemos intentar penetrar más profundamente en la cuestión. La ilusión no consciente de la “omnipotencia virtual” de la técnica, ilusión que ha dominado los tiempos modernos, se apoya en otra idea no discutida y disimulada: la idea de potencia. Una vez se comprende esto, resulta claro que no basta con preguntarse simplemente: ¿potencia para hacer qué, potencia para quién? La cuestión es: ¿en qué consiste la potencia e, incluso, en qué sentido no trivial hay alguna vez realmente potencia?

Tras la idea de potencia yace el fantasma del control total, de la voluntad o del deseo que domina todo objeto y toda circunstancia. Ciertamente, ese fantasma ha estado siempre presente en la historia humana, ya sea “materializado” en la magia, etc. , ya sea proyectado sobre cualquier imagen divina. Pero es bastante curioso que siempre haya habido también una conciencia de ciertos límites prohibidos al hombre, como muestran el mito de la Torre de Babel o la hybris griega. Evidentemente, todo el mundo admitiría que la idea de control total o, mejor aún, de dominio total es intrínsecamente absurda. Pero no es menos cierto que es la idea de dominio total la que forma el motor oculto del desarrollo tecnológico moderno. El absurdo directo de la idea de dominio total se camufla tras el absurdo menos brutal de la “progresión asintótica”. La humanidad  occidental ha vivido durante siglos con el postulado implícito de que siempre es posible y realizable alcanzar más potencia. El hecho de que, en tal dominio y con tal finalidad particulares, se pudiera hacer “más”, ha sido considerado como significativo de que, en todos los dominios reunidos y para todas las finalidades imaginables, la “potencia” podía agrandarse sin límites.

Lo que ahora sabemos con certeza es que los fragmentos de “potencia” sucesivamente conquistados permanecen siempre locales, limitados, insuficientes y, muy probablemente, inconsistentes, si no rotundamente incompatibles entre ellos de modo intrínseco. Ninguna gran “conquista” técnica escapa a la posibilidad de ser utilizada de un modo distinto a como se había pensado en principio; ninguna está desprovista de efectos laterales “indeseables”; ninguna evita interferir con el resto -ninguna, en todo caso, de entre las que produce el tipo de técnica y de ciencia que nosotros hemos “desarrollado”-. A este respecto, la “potencia” aumentada es también, ipso facto, impotencia aumentada, o incluso “antipotencia”, potencia de hacer surgir lo contrario de lo que se pretendía; ¿y quién calculará el balance neto, en qué términos, sobre qué hipótesis, para qué horizonte temporal?

También aquí la condición operante de la ilusión es la idea de la separabilidad. “Controlar” las cosas consiste en aislar factores separados y circunscribir con precisión los “efectos” de su acción. Esto funciona, hasta cierto punto, con los objetos corrientes de la vida cotidiana; así es como procedemos a reparar un motor de automóvil. Pero, cuanto más avanzamos, vemos con más claridad que la separabilidad es sólo una “hipótesis de trabajo” con validez local y limitada. Los físicos contemporáneos comienzan a darse cuenta del verdadero estado de cosas; suponen que los callejones aparentemente sin salida de la física teórica se deben a la idea de que pueden existir cosas tales como “fenómenos” separados y singulares, y se preguntan si no se debería tratar el Universo más bien como una entidad única y unitaria. Por otro lado, los problemas ecológicos nos obligan a reconocer que la situación es similar en lo que concierne a la técnica. También aquí, más allá de ciertos límites, no se puede considerar que la separabilidad cae por su peso; y esos límites permanecen desconocidos hasta el momento en que amenaza la catástrofe.

La polución y los dispositivos dedicados a combatirla proporcionan una primera ilustración, banal y fácilmente contestable. Desde hace más de veinte años se han instalado dispositivos contra la polución en las chimeneas de las fábricas, etc. para retener las partículas de carbón contenidas por el humo. Estos dispositivos se mostraron muy eficaces y la atmósfera alrededor de las ciudades industriales contiene actualmente mucho menos CO2 que antes. Sin embargo, en el curso del mismo período la acidez de la atmósfera se ha multiplicado por mil (mil veces) y la lluvia que cae sobre ciertas partes de Europa y de América del Norte es hoy tan ácida como el “jugo de limón puro”, lo cual supone efectos graves que ya se pueden percibir, sobre el crecimiento de los bosques, pues el azufre contenido en el humo y fijado anteriormente por el carbono se desprende ahora con libertad y se combina con el oxígeno y el hidrógeno atmosféricos para formar ácidos.(9) El hecho de que los ingenieros, los hombres de ciencia, las administraciones no hayan pensado en ello antes de que sucediera, puede parecer ridículo; pero esto no hace la cosa menos cierta. La respuesta será: “La próxima vez lo sabremos y lo haremos mejor”. Tal vez.

Consideremos ahora la cuestión de la píldora anticonceptiva. Las discusiones y las preocupaciones. sobre sus eventuales efectos laterales indeseables se han centrado sobre la cuestión de saber si las mujeres que utilizan la píldora podrían engordar o contraer el cáncer. Admitamos que se demuestra que tales efectos no existen o que se pueden combatir. Pero tengamos el valor de reconocer que esos aspectos de la cuestión son microscópicos. Dejamos de lado el que tal vez sea el aspecto más importante de la píldora, el aspecto psíquico, del que prácticamente nadie habla: ¿qué podría suceder a los seres humanos si comenzaran a considerarse como dueños absolutos de la decisión de dar o de no dar la vida, sin que tuvieran que pagar esta “potencia” a un precio cualquiera (salvo trescientas pesetas al mes)? ¿Qué podría suceder a los seres humanos si se separasen de su condición y de su destino animal, relativos a la producción de la especie? No digo que ocurriera alguna cosa necesariamente “mala”. Digo que todo el mundo considera natural que esta “potencia” suplementaria no puede ser más que “buena” , e incluso simplemente que es “potencia” de verdad. Vayamos al aspecto propiamente biológico. La píldora es “eficaz” porque interfiere en los procesos de regulación fundamentales, profundamente ligados a las funciones más importantes del organismo, sobre las cuales no “sabemos” prácticamente nada. Pues bien, por lo que respecta a sus efectos eventuales sobre esta relación, la cuestión pertinente no es: ¿qué puede ocurrir a una mujer si toma la píldora durante diez años? La cuestión pertinente es: ¿qué podría ocurrir a la especie si las mujeres tomaran la píldora durante mil generaciones (digo bien, mil generaciones ), es decir, al cabo de veinticinco mil años? Este período corresponde a un experimento con una cepa de bacterias durante unos tres meses. Pues bien, veinticinco mil años son evidentemente un lapso de tiempo “privado de sentido” para nosotros. En consecuencia, actuamos como si no preocuparse de los posibles resultados de lo que hacemos estuviera “lleno de sentido”. En otros términos: disponiendo de un tiempo lineal y de un horizonte temporal infinito, actuamos como si el único intervalo de tiempo significativo fuera el de los pocos años que tenemos por delante.

(…)


Se sabe que sobre este planeta, en el curso de miles de millones de años, se desplegó un biosistema equilibrado compuesto por millones de especies vivas diferentes y que, durante cientos de milenios, las sociedades humanas consiguieron crearse un hábitat material y mental, un nicho biológico y metafísico alterando el medio ambiente sin dañarlo. A pesar de la miseria, la ignorancia, la explotación, la superstición y la crueldad, esas sociedades consiguieron crearse a la vez modos de vida bien adaptados y mundos coherentes de significaciones imaginarias de una riqueza y de una variedad sorprendentes. Dirijamos la mirada hacia el siglo XIII, paseémosla desde Chartres a Dorobudur y de Venecia a los mayas, de Constantinopla a Pekín y de Kublai-Kan a Dante, de la casa de Maimónides en Córdoba hasta Nara y de la Magna Carta hasta los monjes bizantinos que copiaban a Aristóteles; comparemos esta fantástica diversidad con la situación presente del mundo, en la que los países no difieren realmente los unos de los otros en función de su presente -el cual, como tal, es el mismo en todas partes- sino solamente en función de los restos de su pasado. Esto es el mundo “desarrollado”.

Pero los usos del pasado son limitados. A pesar de la simpatía que se puede sentir hacia los movimientos “naturalistas” de hoy en día y por lo que tratan de expresar, sería evidentemente ilusorio pensar que podríamos restablecer una sociedad “preindustrial” o que quienes hoy detentan el poder lo abandonarían espontáneamente si se vieran enfrentados a una hipotética deserción creciente de la sociedad industrial. Y esos mismos movimientos se encuentran presos en contradicciones. Ha habido muy pocas “comunidades” que carecieran de música grabada; y un magnetófono implica la totalidad de la industria moderna.

Sería igualmente catastrófico comprender mal, interpretar mal y subestimar lo que ha aportado el mundo occidental. A través y más allá de sus creaciones industriales y científicas y los correspondientes trastornos de la sociedad y de la naturaleza, ha destruido la idea de physis en general y su aplicación a los asuntos humanos en particular. El Occidente ha hecho esto mediante una interpretación y una realización “teórica” y «práctica» de la “Razón”, interpretación y realización específicas, llevadas a su extremo. Al final de este proceso ha alcanzado un lugar en donde ya no hay, y no puede haber, punto de referencia o de estado fijo, de “norma”.

En la medida en que esta situación induce al vértigo de la “libertad absoluta” , puede provocar la caída en el abismo de la esclavitud absoluta. Y desde ahora Occidente es esclavo de la idea de la libertad absoluta. La libertad, concebida antaño como “conciencia de la necesidad” o como postulado de la capacidad de actuar según la pura norma ética, se ha vuelto libertad desnuda, libertad como pura arbitrariedad (Willkür). Lo arbitrario absoluto es el vacío absoluto; hay que llenar el vacío, y esto se hace con “cantidades”. Pero el aumento sin fin de cantidades tiene un fin no solamente desde un punto de vista exterior, ya que la Tierra es finita, sino desde un punto de vista interno, porque “más” y “más grande” ya no equivalen a “diferente”, y el “más” se vuelve cualitativamente indiferente. (Un crecimiento del PNB del 5% en un año significa que, cualitativamente, la economía se encuentra en el mismo estado que el año precedente; la gente estima que su condición ha empeorado si su “nivel de vida” no se ha “elevado”, y no estima que ha mejorado si ese “nivel” no se ha elevado siguiendo el porcentaje “normal”.) Aristóteles y Hegel ya sabían perfectamente todo esto. Pero, como ocurre a menudo, la realidad sigue al pensamiento con un considerable retraso.

Sin embargo, a menos que se diera un choque de rechazo religioso, místico o irracional de cualquier naturaleza -choque de rechazo improbable, pero no imposible-, el principal resultado de esta destrucción de la idea de physis no podría ser escamoteado en lo sucesivo, pues es cierto que el hombre no es un ser “natural”, aunque tampoco sea un animal “racional”. Para Hegel el hombre era “un animal enfermo”. Más bien se debería decir que el hombre es un animal loco que, mediante su locura, ha inventado la razón. Al ser un animal loco, ha hecho naturalmente de su invento, la razón, el instrumento y la expresión más metódica de su locura. Ello es así, podemos saberlo ahora, porque así se ha producido en realidad.

¿En qué medida este saber puede ayudamos en nuestra experiencia actual? Muy poco y mucho. Muy poco, pues la transformación del estado presente de la sociedad mundial no es evidentemente un asunto de saber, de teoría o de filosofía. Muy poco también porque no podemos renunciar a la razón del mismo modo que no podemos separar libremente “la razón en cuanto a tal” y su realización histórica actual. Seríamos insensatos si pensáramos, por nuestra parte, que podríamos considerar la razón como un “instrumento” que debería destinarse a un uso mejor. Una cultura no es un menú en el que podemos elegir lo que nos gusta y descartar el resto.

Pero este saber puede ayudamos mucho si nos hace capaces de denunciar y destruir la ideología racionalista, la ilusión de la omnipotencia, la supremacía del “cálculo” económico, el absurdo y la incoherencia de la organización “racional” de la sociedad, la nueva religión de la “ciencia”, la idea del desarrollo por el desarrollo. Esto podemos hacerlo si no renunciamos al pensamiento y a la responsabilidad, si vemos la razón y la racionalidad en la perspectiva apropiada, si somos capaces de reconocer en ellas creaciones históricas del hombre.

La crisis actual avanza hacia un punto en el que o bien nos enfrentaremos con una catástrofe natural o social, o bien, antes o después de esto, los hombres reaccionarán de un modo u otro y tratarán de establecer nuevas formas de vida social que tengan un sentido para ellos. Esto no podemos hacerlo por ellos y en su lugar; ni tampoco podemos decir cómo se podría hacer. Lo único que está a nuestro alcance es destruir los mitos que, más que el dinero y las armas, constituyen el obstáculo más formidable en la vía de una reconstrucción de la sociedad humana.

10 comentários:

jms disse...

Muito bom texto, excepto num pormenor, quando C. diz: "sería evidentemente ilusorio pensar que podríamos restablecer una sociedad “preindustrial”. Concordo que é um pouco ilusório pensar que a marinhagem humana irá alijar voluntáriamente o excesso de carga que está a afundar o barco da civilização ocidental. Mas nesse caso serão as ondas e a tempestade a ter a última palavra.

joão viegas disse...

Ola Miguel,

Texto interessante. Tenho mesmo de dar mais atenção ao C. isso é certo.

Uma coisa que sempre me fascinou é o facto de a pretensa "ciência economica" reconhecer de maneira unânime que a teoria do valor é central na sua problematica e, ao mesmo tempo, de nunca ter produzido, a partir desta constatação, uma reflexão de jeito sobre os seus proprios limites.

Não precisavam de ir muito longe. O que era a "economia" para Aristoteles, que foi quem inventou a palavra ? E onde é que o mesmo Aristoteles arrumava o estudo das questões que hoje consideramos como proprias da "ciência economica" (a moeda, a organização do trabalho, o regime de propriedade, o imposto, etc.) ?

Abraços

Miguel Serras Pereira disse...

Viva, João.

é curioso que tragas o Aristóteles à colação, porque, além da pertinência das pistas que indicas, acontece que justamente um dos textos importantes do Castoriadis sobre a "teoria do valor" tem por título «Valeur, égalité, justice, politique, de Marx à Aristote et d’Aristote à nous », e toma como ponto de partida uma leitura cruzada de Aristóteles e Marx. O meu amigo Claude Orsoni, que fez parte da equipa coordenada por Maximilien Rubel que traduziu as obras de Marx para a edição de La Pléiade, costuma dizer que nunca viu outra leitura crítica mais convincente da teoria do valor de Marx. E eu acrescento que as consequências políticas e, se quiseres, também filosóficas, que C.C. extrai dessa leitura crítica são de uma lucidez tão radical como cheia de uma sagesse exemplar. O texto encontra-se em Cornelius Castoriadis, Les carrefours du labyrinthe, I, Paris, Seuil, 1978 (há uma edição em poche, ainda recente, creio que na Points). Já agora deixo aqui a referência, que te pode interessar, bem como a outros, de um estimulante ensaio que compara as posições de Castoriadis e as de Postone em torno das questões do valor, do trabalho e do combate anticapitalista: Bernard Pasobrola, "Fin du travail : version Postone ou Castoriadis ? ", La Revue des ressources (http://www.larevuedesressources.org/fin-du-travail-version-postone-ou-castoriadis,1290.html).

Abraço

miguel(sp)

joão viegas disse...

Obrigado,

Les carrefours du labyrinthe, I, Paris, Seuil, 1978, é isso ?

100% dos objectivos do meu comentario foram preenchidos, de forma que ja não ha perigo nenhum de eu vir a ser confundido com o Vitor Gaspar...

Abraço

Miguel Serras Pereira disse...

Sim, caríssimo, a edição que tenho é a que citei (o texto foi originalmente publicado numa revista que teve a vida curta: Textures).
Ainda bem que a referência encontrou graça aos teus olhos.

Abraço

miguel (sp)

João Valente Aguiar disse...

Porque nenhuma alma caridosa escreve um breve ensaio em português abordando alguns aspectos nucleares da obra do Castoriadis? Não faltam espaços na internet - incluindo no Vias - onde se possam publicar e divulgar.

Abraços

Miguel Serras Pereira disse...

Caro João (VA),
boa pergunta. Mas, para já, não seria mau que algum editor publicasse uma tradução do livro de Arnaud Tomès e Philippe Caumières, Cornelius Castoriadis. Réinventer la politique après Marx, Paris, Seuil, 2011, que é uma excelente introdução ao que o próprio CC chamava as suas "ideias-mãe". Entre outros aspectos, é um trabalho que põe bem em evidência um dos grandes méritos distintivos de CC: refiro-me ao facto de ele ter sabido radicalizar a exigência democrática em vez de saltar por cima do problema da acção política, como tendem a fazer até mesmo alguns pensadores que procedem a análises críticas importantes (mas coxas…) da dominação capitalista e hierárquica, como, por exemplo, o já citado Postone, e, como ele, Kurz, ou os que procuram continuar a crítica de Debord e a tradição situacionista.

Abraço

miguel(sp)

João Valente Aguiar disse...

Sim, mas tu ou o João Viegas (ou quem domine a obra do Castoriadis) poderiam fazer um escrito ou um conjunto de posts sobre alguns pontos-chave. E quem diz o Castoriadis, diz pelo menos mais uma dezena de autores.

Abraço

Niet disse...

A obra de Cornelius Castoriadis tem sido uma das referências fundamentais na vida do VdFacto, caro JV.Aguiar. Ao longo dos três anos de existência do blogue, e repercutindo uma " missão "iniciada no Cinco Dias, a demiúrgica e absolutamente fabulosa obra de" Corneille " foi alvo da atenção apaixonada em textos de MS. Pereira, e nos breves comentários por mim exarados, reforçando e qualificando de forma muito vasta e empolgante a leitura ao " laser " da Revolução Russa e dos seus avatares burocráticos. Por outro lado, a primeira tradução portuguesa de um volume onde participa Castoriadis data de 1969, um marco mundial no nosso idioma, realizada pelo magnifico António José Massano: " Maio 68: inventário de uma rebelião ", na extinta Morais Editora, que mais tarde foi comprada pelo falecido José Leal Loureiro, um "castoridiano" iniciático e percursor.
Sei que existem mais obras- e importantes- traduzidas em Portugal e no Brasil, sendo as edições portuguesas pioneiras : na Editora Afrontamento, logo a seguir ao 25 de Abril 74, por causa da influência de outro grande " castoridiano ", Artur Castro Neves, que privou muito com C.C. em Paris nos anos 70, sairam os dois volumes sobre " A Sociedade Burocrática ", que urge reeditar agora. M. Serras Pereira traduziu em 2005 " Uma Sociedade à deriva ", com inéditos e correcções expressas de CC, salvo erro.
O grande livro da viragem post-marxista de Castoriadis, a "Instituição Imaginária da Sociedade " está traduzido no Brasil desde 1986, na editora Paz & Terra. Que em 1993 lançou o volume 3 da Encruzilhadas no Labirinto," Mundo Fragmentado" . O VI volume da E.L, " As figuras do Pensável " saiu em 2004 na editora Civilização Brasileira. A editora Antigona lançou este ano o volume: " História e Criação ",com tradução de Manuela Gomes. E saiu nova edição(bolso) na Editora Bizâncio do volume IV do E. Labrinto, " A ascensão da Insignificância", que tanto emocionou o poeta António Franco Alexandre em 1998. Como curiosidade: existe uma tese de mestrado, defendida em 2010 na Universidade do Porto por Helder Azevedo Santos, sobre conceitos politicos da multimoda obra de C.C.. Salut! Niet

Leitor disse...

Livros de Castoriadis


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