06/09/15

Sobre a função da política


Dois textos de Santiago Lopez Petit que relembram que a primeira função da política é de despolitizar. Ou o que Podemos e o que não Podemos…
La nueva política y sus límites.  
Es innegable que hoy día, aquí y ahora, nos encontramos ante una saturación política de la realidad. ¿Quién podía pensar, hace unos años, que algunos de los programas de máxima audiencia serían entrevistas con políticos o tertulias sobre política? ¿Quién podía esperar que compañeros y compañeras apostarían por plataformas electorales que prometen una nueva política?
Y, a la vez, esta realidad saturada de y por la política se nos aparece también bajo la imagen de un alud de noticias, de una sucesión imparable de acontecimientos. Todo arde deprisa e invariablemente. Pero este fuego que parece no perdonar nada, no ilumina la noche. Muy al contrario, se trata de un fuego mediático e irreal que nos hunde en una especie de "déjà vu", en una situación esperada. ¿Ya conocida?
Que la función actual de la política consiste en despolitizar, resulta bastante evidente. Si la cárcel, en tanto que ejemplo de institución disciplinaria, sirve para producir y gestionar la delincuencia, ¿sería muy equivocado afirmar que la política persigue, por su parte, despolitizar y producir impotencia? En otras palabras, la función despolitizadora de la política consiste sobre todo en esconder mediante ilusiones y las pequeñas esperanzas propias del mal menor, que nos hallamos ante un impasse. La acción política auténticamente transformadora está bloqueada porque: "lo que es políticamente factible no cambiará nada, y las acciones que podrían promover cambios realmente significativos son políticamente impensables." El impasse que la política nos oculta es, sencillamente, que no sabemos cómo salir del capitalismo.
E l movimiento del 15M fue capaz de medirse con este impasse, aunque asustado por su propia fuerza, y cada vez más sujeto a esa entelequia que es la opinión pública, permaneció prisionero de sí mismo. No supimos abrir cauces para que la rabia digna se desplegara por la ciudad. Pues bien, lanueva política aparece para ofrecerse como solución, y lo hace paradójicamente, defendiendo la autonomía de lo político (y el concepto de representación a ella asociado), justamente uno de los objetivos fundamentales de la crítica realizada desde las plazas. En vez de profundizar la politización existencial que se iniciaba, lo que propone es traducir políticamente el desafío planteado, y eso de dos maneras distintas. La primera, mediante la interpelación. Se trata de la construcción populista de un nosotros, de una mayoría social hegemónica a partir de un grupo subalterno definido como opuesto a una casta. La segunda, construye el nosotros mediante la interpenetración entre los movimientos sociales y la izquierda tradicional. Podemos y Bcn Encomú. Lo que ocurre es que esta nueva política no ha cortado con la antigua política moderna, puesto que permanece atada a sus categorías tradicionales, y sobre todo, sigue creyendo en que basta apoderarse del código gobierno/oposición que rige el subsistema político para producir otro sentido. Pero dar otro sentido a la realidad, no es cambiarla.
En el interior del vientre de la bestia, en esta realidad plenamente capitalista en la que habitamos, el juego electoral reproduce incansablemente el mito de Sísifo. "¡Esta vez sí... ganamos!". La nueva política actúacomo si se pudiera hacer otra política, una política esencialmente diferente. Es falso. Es falso por una razón fundamental: hace mucho que la política ha perdido toda centralidad, y por tanto, toda capacidad de amenazar la realidad. La política se mutó en política de Estado y el bipartidismo (PP/PSOE) le fue muy útil. Ahora, con la globalización, la política de Estado se convierte en gubernamentalidad neoliberal, es decir, en una gestión empresarial, auténtica simbiosis entre racionalidad tecno-científica y mercado que escapa a la soberanía del Estado. La autonomía de lo político se ha esfumado. Ciertamente el neoliberalismo son los recortes, las privatizaciones, la expropiación de lo común... pero, por desgracia, es mucho más. La nueva política, porque no desea apartarse del sentido común, no quiere aceptar que somos nosotros mismos los que aguantamos este mundo y esta vida. Evidentemente, la casta es el problema. Sería, sin embargo, más exacto afirmar que el problema somos nosotros. Las piezas que hacemos funcionar esta máquina de destrucción masiva (y de seducción también masiva). La nueva política se autoengaña, y también nos engaña.
Cada vez que se pone el rostro de un candidat@ en una papeleta de voto, cada vez que se
construye la unidad política como unión de partidos políticos... cada vez que se evita hablar de capitalismo para hablar solamente de corrupción, de transparencia o de participación... nos alejamos de un auténtico cambio social. Cada vez que se nombran los Derechos y se olvida mencionar el (contra)poder necesario para conseguirlos, se escamotean las dificultades existentes. Quizás es imprescindible para ganar en la carrera electoral. Pero ¿qué significa ganar cuando lo que verdaderamente queremos es transformar radicalmente este mundo que nos ahoga?

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La nueva política entra en la pecera.
Decidieron asaltar las instituciones porque estábamos ante una oportunidad histórica. Decidieron poner en marcha una nueva política, y de pronto, se encontraron dentro de una pecera. Pero la pecera no era el acuario que algunos dentistas ponen en su consulta para transmitir calma y sosiego. En la pecera, ni siquiera se respetaban las reglas que los mismos tiburones habían impuesto. B. Brecht ya nos había avisado: "Si los tiburones fueran hombres... los teatros del fondo del mar mostrarían a heroicos pececillos entrando entusiasmados en las fauces de los tiburones". Primero fue el caso Monedero, le siguió el caso Zapata... En Barcelona, el acoso y derribo empezará cuando a la Generalitat le interese.
En los años setenta, cuando la clase trabajadora era un sujeto político capaz de autoorganizarse y construir su propia autonomía, el capital recurrió a la llamada estrategia de la tensión. Mediante atentados sangrientos perpetrados por tramas fascistas nacidas en las cloacas del Estado, se introducían dinámicas que paralizaban las formas de resistencia al poder. El caso Escala, por ejemplo, fue un caso de terrorismo de Estado que sirvió muy bien para impedir que la CNT se consolidara. Hoy, en cambio, la desestabilización política se lleva a cabo mediante los medios de comunicación y las redes sociales. Las campañas mediáticas, creando una constante sensación de excepcionalidad, hunden en poco tiempo las personas y los proyectos políticos que defienden la necesidad de un cambio.
Pero ¿de qué tipo de cambio se trata? En las elecciones de 1982 la consigna "Por el cambio" pregonada por el PSOE ilusionó a mucha gente. En la revista Indolencia, ligada a la autonomía obrera, escribimos: "Ni cambio, ni recambio. La victoria socialista servirá sólo para modernizar el Estado y proseguir la reestructuración capitalista en marcha". Así fue. Y muy pronto la pregunta ¿cuándo los amigos se convertirán en nuestros enemigos? se convirtió en una pregunta retórica ya que bastaba mirar como la cara de Felipe González se iba hinchando. Muchos compañeros y compañeras afirman que ahora es distinto, y que esa mirada izquierdista es injusta y errónea. Quizás es cierto. Conocemos a much@s de los protagonistas desde hace tiempo, sabemos de su honestidad... pero el espacio político, incluso para un reformismo radical que simplemente quiere legislar, aplicar leyes, y defender derechos elementales, es sumamente estrecho. Basta ver los ataques diarios contra l@s nuev@s que han entrado en las instituciones.
Frente a esta estrategia de desgaste, la lucha ideológica parece volver a un primer plano. De ahí la presencia constante de los nuevos líderes en foros, tertulias, y evidentemente, la necesidad de simplificar al máximo el discurso. Pero, en verdad, se trata de una batalla ideológica en el interior de la ideología, puesto que para la nueva política, el único objetivo que realmente cuenta es ganarse la opinión pública, es decir, ocupar la "centralidad del tablero" como condición imprescindible para impulsar el cambio. Este esfuerzo es sumamente problemático. En primer lugar, porque propiamente no hay un centro político sino un votante tan volátil y oportunista como el mismo mensaje que, en última instancia, se le quiere transmitir. En segundo lugar, porque la ideología y la política ya no son lo que eran. La ideología se ha materializado en la realidad de las formas de vida: autopistas, centros de ocio y de consumo etc. La política, a su vez, se ha convertido en gubernamentalidad neoliberal, mera gestión empresarial del mundo. Por lo que el reformismo radical, a pesar de sus mejores intenciones, parece estar condenado a encadenar gestos simbólicos, y l@s amigos no se convertirán en nuestros enemigos sencillamente porque su acceso al gobierno tiene que cumplir una función diferente a la que se encomendó al PSOE.
El partido socialista tenía que hacer el trabajo sucio que la derecha franquista nunca hubiera podido llevar a cabo sin incontables resistencias. Gestionar la crisis para destruir las formas de contrapoder aún existentes, despolitizar la sociedad y, sobre todo, legitimar el nuevo Estado de los partidos. En definitiva, tenían que allanar el camino al desbocamiento neoliberal. En cambio, si l@s nuestr@s pueden hoy acceder a las instituciones gubernamentales es para cumplir otra función. La
función que de ellos se espera es directamente fracasar. Fracasar como consecuencia de sus propios errores y de los ataques furibundos a los que son sometidos. Su destino no es tanto la traición como colaborar ( a su pesar, claro) en su propia ruina. En la actualidad, los golpes de Estado han sido sustituidos por una estrategia de desgaste permanente. Una estrategia de desestabilización que debe producir, impotencia, desorientación, y confusión. El éxito del poder consiste simplemente en mostrar que no hay alternativa dentro de la pecera, y que nuestr@s amig@s son como todos los demás, futuros miembros de la casta. Esto es lo que hay es la consigna que debe triunfar. En la movilización global, en el teatro de la vida, en la que estamos insertos cada uno desempeña el papel que le han asignado. Levantar esperanzas y arruinarlas, es la tarea que l@s nuestr@s deben realizar, y para la que han sido llamados. Finalmente, la vida cotidiana retornará a su normalidad. Los funcionarios del capital, los de siempre, acudirán prestos a reparar el desaguisado. No hay alternativa dentro de la pecera. Es cierto. Pero podemos intentar salir fuera, aprender a respirar bocanadas de aire hasta que nuestros pulmones se acostumbren. Salir fuera de la pecera no es, claro está, una alternativa. Es una necesidad. La necesidad inscrita en el No y con la que todo empieza de nuevo.
La nueva política nunca romperá la pecera si se refugia en llamadas a la participación, en consultas por internet o persiguiendo la imagen de una persona respetable y sensata que se contempla en el espejo de la opinión pública. Por lo contrario, si la nueva política lleva realmente al límite la acción de gobierno - sin engañar, sin dobles lenguajes, con la valentía de saber que no hay camino de retorno - empezará a construirse como una posición en el campo de guerra. Entonces, llegada la hora de la verdad, los que no votamos, los que votamos tapándonos la nariz porque en las listas había algunos impresentables de la vieja izquierda, sabremos estar allí. Empecé citando a B. Bretch, me gustaría terminar también con una frase suya que nos puede ser muy útil en estos momentos: "Hace falta valor para decir que los buenos no fueron vencidos porque eran buenos, sino porque eran débiles".
Santiago López Petit,
Barcelona

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