27/01/13

Sobre os estragos do mau tempo


Conversa com Stéphane Julien y Marie Xaintrailles, publicada na revista La Bataille socialiste (http://www.bataillesocialiste.wordpress.com) e, em Espanha, na revista Transversales (http://www.trasversales.net/index.php3 )

¿Los movimientos indignados son una “nueva forma de lucha de clases”? Son, en verdad, una forma de lucha vinculada al periodo actual de la lucha de clases. Estos movimientos despiertan a la sociedad y a los explotados más conscientes ante los peligros del movimiento del capitalismo, ante la necesidad de superar la clásica letanía de la reivindicación inmediata para plantearse preguntas sobre el porvenir de la sociedad.
Antes de abordar estos nuevos movimientos y la situación actual, Charles Reeve aborda las luchas obreras en China y la crisis capitalista actual en una amplia perspectiva, en continuidad con la fase que ha sido denominada “keynesiana”, planteándose en qué modo este nuevo periodo en el que hemos entrado va a implicar una modificación cualitativa de las luchas sociales.

Has escrito varios libros sobre el capitalismo de Estado chino. China se ha convertido en una potencia comercial en el capitalismo mundializado. Algunos lo explican por la no convertibilidad de su moneda y su régimen represivo. Sin embargo, hay luchas obreras o, al menos, eso se dice. En ausencia de sindicalismo independiente, ¿son siempre huelgas salvajes o la situación es más compleja? ¿Son siempre luchas reducidas a una sola empresa o existen formas de coordinación o de extensión a sectores productivos o ciudades?

Para empezar… puede haber sindicalismo independiente y huelgas salvajes. Una huelga es salvaje en relación a la estrategia de la burocracia sindical, aunque ésta sea independiente de los partidos. Yun sindicato independiente que funciona según el principio de la negociación y la cogestión se opone a toda acción autónoma de los asalariados que pueda molestar a su naturaleza “responsable” y “realista”. La huelga salvaje es una acción que muestra que los intereses de los trabajadores no coinciden necesariamente con los objetivos del sindicato, institución negociadora del precio de la fuerza de trabajo. A la inversa, ha habido en la historia del movimiento sindical, en EEUU y Sudáfrica por ejemplo, huelgas salvajes por objetivos reaccionarios, a veces incluso racistas.
En China la situación es, ciertamente, compleja. El sindicato único (ACFTU, All China Federation of Trade Unions) está ligado al partido comunista y ha jugado el papel de policía de la clase obrera durante el maoísmo y después. Después de la “apertura” (al capitalismo privado) se ha convertido en una gigantesca máquina de gestión de la fuerza de trabajo al servicio de las empresas, incluyendo a las empresas extranjeras en las Zonas Económicas Especiales. Está totalmente desacreditado entre los trabajadores. Se le percibe como la policía y como un apéndice de la dirección de las empresas. Desde hace algunos años,
la burocracia del Partido Comunista ha hecho esfuerzos por restituir algo de su credibilidad al sindicato. Por ejemplo, se pusieron en marcha campañas demagógicas para “organizar” los mingong, es decir, para introducir un cierto control del partido en esas comunidades obreras marginalizadas, formadas por inmigrantes del interior sin papeles dentro de su propio país. Pero no tuvieron ni efectos ni consecuencias y laimagen del ACFTU entre los trabajadores no ha cambiado. A veces el poder central presiona para que las instancias del ACFTU se posicionen contra tal o cual dirección de una empresa de capital extranjero.
Por otra parte, en luchas recientes se han vuelto a ver a los matones del sindicato atacar a los huelguistas y a piquetes en defensa de esa misma empresa. Eso prueba que esta organización, por su naturaleza, sigue siendo, en el fondo, reaccionaria y que está del lado del poder, de todos los poderes. Curiosamente, algunas organizaciones de espíritu sindicalista independiente, tales como China Labour Bulletin (Hong Kong, http://www.clb.org.hk/en) continúan, contra viento y marea y a la contra de lo que ellos mismos analizan, hablando de una posible transformación del sindicato único en un “verdadero sindicato” de tipo occidental. Se apoyan en la actitud de algunos burócratas locales y regionales (sobre todo en el sur, en Guangdong) que intentan jugar un papel negociador a fin de apaciguar la explosiva situación existente. Los militantes de esas organizaciones independientes (como China Labour Bulletin) participan de la visión tradicional del movimiento obrero. Para ellos, la organización “natural” de los trabajadores es el sindicato y sólo el sindicato puede expresar la conciencia obrera, que sin la ayuda de los “políticos” no puede superar la consciencia meramente sindicalista. Conocemos el discurso. Son los valores y principios del viejo movimiento obrero que se aferra a la idea socialdemócrata de antaño. 
En China no existe sindicalismo independiente y no lo habrá en tanto que la forma política de Partido-Estado perdure. Vista la fuerza del movimiento huelguista desde hace años, la ausencia de organizaciones creadas a partir de la base da cuenta del grado de represión del poder. Y todas las huelgas son, por definición, salvajes, pues deben hacerse fuera de la autorización y control del ACFTU. Ahora bien, todo movimiento, toda lucha, implica una organización, principio de lucha obrera. En China nos encontramos con organizaciones efímeras, comités de huelga informales, formados por las trabajadoras y trabajadores más militantes. Estas organizaciones desaparecen siempre después de la lucha. La mayor parte del tiempo, los trabajadores más activos y valerosos lo pagan caro; son detenidos, desapareciendo en el universo carcelario. Parece que, de un tiempo a esta parte, el poder es más tolerante, menos feroz en la represión. Estas organizaciones informales no son reconocidas, pero se las reprime menos. Este cambio de actitud corresponde con la crisis profunda y compleja de la clase política china, de sus divisiones internas. Una de las facetas de esta crisis es la fractura existente entre los poderes locales y el poder central, llegando éste último a apoyar a veces a los huelguistas para debilitar a los potentados locales. Por su parte, también los huelguistas intentan actuar sobre estas divisiones y antagonismos para satisfacer sus reivindicaciones. Y el sindicato único, atravesado por las divisiones y fracciones del poder político está cada vez más paralizado.
La última tentativa de creación de una estructura obrera permanente, de espíritu sindicalista e independiente del Partido Comunista, data de 1989, cuando la Primavera de Pekín, con la constitución de la Unión Autónoma de los Obreros. La masacre de Tiananmen, el 4 de junio, golpeó particularmente a estos militantes (1). Hoy existe una red de ONGs, creadas mayoritariamente en Hong Kong, que llenan el vacío y juegan un rol sindical, evitando con precaución cualquier confrontación política con el poder (2).
Hasta hace poco las luchas obreras quedaban aisladas en empresas o regiones. Sin embargo, hay que relativizar este aislamiento y reconocer que la situación cambia. Aislamiento no quiere decir separación. Hay una unificación que se realiza mediante reivindicaciones comunes, por la consciencia de compartir el enorme descontento social, de pertenecer a la sociedad de los explotados, de oponerse a la mafia del poder y de los capitalistas rojos. El papel de las nuevas tecnologías, de la blogosfera en particular, es primordial (3). Casi estaríamos tentados de decir que las informaciones circulan hoy más deprisa en China que en sociedades de “libre información” como las nuestras, donde se puede decir y saber todo y no se dice ni se sabe nada; donde la información está sometida al consenso de lo que es “importante”, de lo que se considera “información”. En China, gracias a la red de las nuevas tecnologías, una lucha importante, una revuelta popular o manifestaciones contra una fábrica contaminante, son rápidamente compartidas por centenares de miles de trabajadores.
No es habitual que haya “formas de coordinación” y las que existen son totalmente clandestinas. Sin embargo, hoy podemos constatar una nueva tendencia en estas luchas: su extensión. Desde hace algún tiempo las luchas salen rápidamente de las empresas y se dirigen a los centros de poder local, ayuntamientos, locales del partido, policía, tribunales… Igualmente observamos cómo se extienden y generalizan las luchas en las zonas industriales. Aumenta la solidaridad de clase y hay trabajadores que se desplazan para apoyar a los que luchan en otra parte. La presencia de los mingong, comunidades de trabajadores sin derechos, violentamente explotados, juega un papel importante en esta extensión. Es un proceso en curso, vivido muy conscientemente, y muy político, en el sentido que desborda rápidamente las reivindicaciones inmediatas y se enfrenta a los órganos de represión y de decisión de la clase dirigente. Político también, en el sentido de que esas luchas expresan el deseo de una sociedad diferente, de una sociedad no desigual, no represiva, no controlada por la mafia del partido. En efecto, el proyecto democrático parlamentario de tipo occidental, defendido por corrientes disidentes, puede echar raíces. Es inevitable y lógico. Que pueda imponerse, precintando toda perspectiva de emancipación social, también es posible. Todo depende, en última instancia, de la amplitud y radicalidad de los movimientos sociales.


En la nota biográfica sobre Paul Mattick (padre) que publicas en “Marxisme, dernier refuge de la bourgeoisie?” hablas de un “agotamiento del proyecto keynesiano”. Es más o menos lo que decía Pierre Souyri en su libro, póstumo e inacabado, “La Dynamique du capitalisme au XX siècle”: la utilización del Estado para “paliar” la lucha de clases y dinamizar la inversión y la producción, no ha sobrevivido a los avatares de la crisis petrolera y a la movilidad mundial del capital. Desde entonces el Estado parece más la presa que el refuerzo. ¿Pero no se ven signos de estancamiento del proyecto neoliberal que remplazó al keynesianismo, cuando las poblaciones resisten los excesos privatizadores de los servicios y los capitalistas tienen sus reparos sobre el capital ficticio a partir de la crisis de 2008?

Es una excelente idea partir de Paul Mattick (4) para volver a hablar de Pierre Souyri (5). Dos teóricos próximos, a pesar de recorridos diferentes y de distintos contextos históricos. Los dos son bastante poco conocidos, casi jamás estudiados, ignorados fuera de pequeños círculos radicales. Souyri todavía menos que Mattick, a pesar de que tuvo un recorrido universitario después de su participación en Socialisme ou Barbarie (donde firmaba como Pierre Brune). Souyri era sensible a las ideas de Mattick, del cual era un atento lector. Su libro póstumo La dynamique du capitalisme au XX siècle (Payot, 1983) pasó casi desapercibido y no es citado casi nunca.

Mattick y Souyri comparten una misma teoría de la crisis capitalista, fundada sobre la caída de rentabilidad del capital y las dificultades de extracción del plusvalor necesario para la acumulación. Tanto el uno como el otro consideraban que, al contrario de lo mantenido por la mayoría de las corrientes del marxismo radical (en relación a la socialdemocracia), el problema al que se enfrenta la acumulación capitalista es el de la extracción del plusvalor y no el de su realización. Se desmarcaron de los que explican la crisis a partir del subconsumo, que eran y siguen siendo, en lo esencial, marxistas keynesianos… o keynesianos marxistas. Las ideas defendidas por Mattick forman parte de una corriente más amplia, que integra entre otros a Souyri en Francia y a Tony Cliff en Gran Bretaña.
Souyri veía en la crisis petrolera de 1974 el indicio de una inversión en el ciclo de acumulación capitalista acaecido después de la guerra (6). En Le Jour de l’addition (7), Paul Mattick hijo (que fue compañero político de su padre, otro punto en común con Souyri padre e hijo…) demuestra igualmente cómo la crisis de 1974 significó un giro a partir del cual el capitalismo ha intentado superar su crisis de rentabilidad mediante el recurso constante y creciente del endeudamiento. Para Souyri, el marxismo clásico (la socialdemocracia y su izquierda bolchevique) ha subestimado las transformaciones del capitalismo y su capacidad para integrar a la clase obrera. Por su parte, Mattick no cesó de analizar el papel que han jugado las organizaciones del marxismo clásico en esta integración. El debate sobre la función y los límites del keynesianismo parte de constatar dicha subestimación. Souyri se interesó en la cuestión del tránsito al capitalismo planificado, donde el Estado intervendría no solamente para corregir los desequilibrios de la acumulación, sino también para prevenirlos, en una dinámica que conduciría a una economía racionalizada.
Sabemos que esta idea es compartida por eminentes teóricos de la socialdemocracia, como Hilferding. Para Souyri ese tránsito haría necesaria la integración capitalista del proletariado, ya que la persistencia de la lucha de clases haría imposible la planificación. Y es por lo que, en los años 70, pensaba poder concluir que ese tránsito, esa capacidad del Estado para planificar la economía, no tendría lugar.
¿Cómo podemos confrontar esa idea con el periodo actual? Más que integrado, el proletariado actual está malherido por las medidas de restructuración capitalista. La clase capitalista no suscribe ese proyecto de racionalización de la economía; más bien ha vuelto a la idea del dejar hacer, de la mano invisible del mercado. Por lo tanto, hay que volver a plantear la cuestión sobre otras coordenadas. Es lo que hacía Souyri, para quien, más allá de los antagonismos de clase, hay “un problema más profundo: el de la rentabilidad del capital y su decadencia” (La dynamique du capitalisme au XXe siècle, p.29). Por otra parte, Souyri afirmaba que la acción reguladora del Estado sólo ha sido posible en periodos de crecimiento y que desde que éste se interrumpía los límites de la intervención del Estado se hacían visibles, “… los primeros síntomas de desestabilización del sistema permiten establecer que las verdaderas barreras a las cuales hace frente la acumulación continua del capital son aquellas que limitan la extracción de una cantidad suficiente de plusvalor” (p. 30). “La crisis de 1974 demuestra con claridad que la planificación de un crecimiento continuo es un mito que se derrumba tan pronto como la tasa de beneficio se contrae” (p. 38).
Por tanto, es en el problema de la rentabilidad y de la baja tendencial de la tasa de beneficio del sector privado, donde hay que buscar el agotamiento del proyecto keynesiano, de sus veleidades reguladoras del capitalismo. Aquí Souyri converge con el análisis de los límites de la economía mixta hecho por Mattick. Para Souyri y para Mattick “la rentabilidad del capital privado ha sufrido una erosión gradual que le ha arrebatado su capacidad de autoexpansión” (p. 35). Lo que Keynes también reconocía y con lo que pretendía aportar una “solución”
capaz de evitar una posible ruptura social y sus peligros revolucionarios. Ahora bien, argumenta Mattick, esta “solución”, el intervencionismo económico, hace desaparecer las condiciones mismas que la vuelve eficaz, se convierte en un nuevo problema. El crecimiento de la demanda por medio de la intervención del Estado actúa sobre la producción global sin llegar a restaurar la rentabilidad del capital privado así como la perdurabilidad de la acumulación. Aumenta el endeudamiento y pesa aún más en la insuficiencia de los beneficios privados. Hoy, mientras vivimos los efectos de una profunda crisis del capitalismo, los debates sobre su naturaleza son raros o se desarrollan en medios confidenciales. Continua hablándose de “crisis monetaria” sin explicarla. La crítica al keynesianismo viene esencialmente de los neoliberales. Y las voces que se apartan del discurso oficial son de economistas neokeynesianos. Este es el caso, en Francia, del círculo Les économistes atterrés o de Fréderic Lordon, cuyos discursos ocupan un lugar central en a esfera de influencia post ATTAC y en Le Monde Diplomatique. En uno de sus últimos artículos, Lordon propone “un gran compromiso político, el único que puede hacer al capitalismo temporalmente admisible, lo mínimo que debería reivindicar una línea socialdemócrata un poco seria (…)”, que en lo esencial, se resumiría en la aceptación de la desestabilización creada por el capitalismo a cambio de un compromiso de los capitalistas para “asumir daños colaterales”, “hacer pagar al capital el precio de los desórdenes que él recrea incesantemente en la sociedad con sus dislocaciones y restructuraciones”. Este “gran compromiso” neosocialdemócrata sería una pálida copia de los del pasado; ni siquiera se trata de “corregir” o “prevenir” las crisis, sino de “vivir con” y de “pagar por los desórdenes” engendrados por el sistema (Frédéric Lordon, “Peugeot, choc social et point de bascule”, Le Monde Diplomatique, agosto 2012).
Frente a esta ruina programática de la “izquierda” puede medirse la importancia de la obra de Paul Mattick y su crítica del keynesianismo desde un punto de vista anticapitalista. Escribe Souyri: “Entre una economía donde el sector público está limitado y subordinado al capitalismo de los monopolios y una economía donde el sector estatal es predominante mientras que el sector privado tiende a ser residual, existe una diferencia cuantitativa que tiende a ser cualitativa. La sociedad burguesa no puede estatalizar completamente la economía sin dejar de ser la sociedad burguesa” (Ibid, p. 18).
Este debate, sobre la dinámica del capitalismo y la evolución posible hacia una forma de capitalismo de Estado también se encuentra presente en la obra de Mattick. Consideraba que los límites de la economía mixta pueden plantear, a largo plazo, el problema de la expropiación del capitalismo privado por las deducciones del Estado, transferencias de beneficios privados hacia el sector público. Tal dinámica no puede dejar de generar la oposición de la clase burguesa.
Y la “diferencia cualitativa” suscita una cuestión política importante. El neoliberalismo actual es una reacción ideológica militante frente a esa tendencia y ese peligro; es el reconocimiento por los economistas burgueses de los límites de la economía mixta. Sin embargo, y a pesar del impacto de este discurso antikeynesiano, el nivel de la intervención del Estado desde el final de la segunda guerra nunca ha sido tan alto. Y, como señalaba Mattick, la disminución de esta intervención conduce a las economías hacia la recesión. La asfixia del proyecto neoliberal se encuentra en este estrecho margen, entre la ausencia de “capacidad de autoexpansión” del capitalismo privado y la imposibilidad para continuar aumentando la intervención del Estado en la economía. Siendo así, este peligro que amenaza a la sociedad burguesa explica que los capitalistas privados no puedan contemporizar con las tendencias intervencionistas. Y que las tendencias políticas neoliberales no cedan. Alargo plazo, les va en ello la supervivencia de la burguesía. El Estado no es su presa, sigue siendo su institución política, de la que se sirven para saquear el conjunto de la economía, para salvaguardar y hacer funcionar las redes de especulación, para apropiarse de los beneficios sin, por ello, reactivar la acumulación. No obstante, podemos imaginar una situación de levantamiento social frente al cual la única forma de preservar el modo de producción capitalista sería una vuelta al intervencionismo generalizado, a una estatalización de la economía, donde incluso la burguesía se alinearía tácticamente detrás de un programa “socialista de Estado”. Dotando una vez más de sentido a la frase de Rosa que Mattick retoma en un epígrafe de su último libro, “La clase burguesa libra su último combate bajo una bandera impostora, la de la revolución misma”. Pero la bandera de la socialdemocracia, del capitalismo de Estado disfrazado de “socialismo posible”, está hoy en día muy desacreditada. La socialdemocracia se ha extraviado en el pantanal del neoliberalismo. Visto el estado de desarrollo de las sociedades y la experiencia histórica acumulada, podemos esperar que tal situación abriría la puerta a otras posibilidades, a una lucha hacia la emancipación social.
Aunque no estamos ahí. Por el momento los capitalistas se ensañan para aumentar la tasa de explotación con la esperanza de aumentar sustancialmente los beneficios e invertir la tendencia a la desinversión. Pero ya en 1974 Souyri escribía: “Una política desconsideradamente retrógrada en materia de salarios podría tener como efecto hacer crecer en el proletariado una desesperanza y una ira peligrosa, sin por ello modificar, sensiblemente la tasa de beneficio de una manera positiva” (“La Crise de 1974 et la riposte du capital”, ibid). Es la situación en la que nos encontramos hoy en día.
Si la depresión de las economías se profundiza provocará la desorganización de las sociedades. También las luchas sociales sufrirán una modificación cualitativa. La resistencia no será suficiente, la subversión del antiguo orden social aparecerá para algunos como una necesidad. Desde el punto de vista del capitalismo, visto el estado de acumulación al que se ha llegado, para restablecer la rentabilidad será necesario algo más que la superexplotación, una
destrucción gigantesca de capital y de fuerza de trabajo. Las guerras aisladas, delimitadas, como las que se están sucediendo, no serán suficientes. dado que el capitalismo, por su tecnología nuclear, se encuentra a partir de ahora frente a su capacidad de autodestrucción. Estamos asistiendo al alba de un largo periodo en el que el capitalismo volverá a demostrar su peligrosidad como sistema. Todavía no somos capaces de imaginar las consecuencias políticas. La alternativa emancipación social o barbarie vuelve a ponerse en evidencia. Las formas que adoptará un posible movimiento emancipador serán nuevas, como las de la barbarie política, pues tampoco son ya de actualidad las del viejo fascismo, sistema político y social de la contrarrevolución, variante totalitaria del intervencionismo de Estado.
Leer hoy en día a Mattick y a Souyri, entre otros, puede ayudarnos a discernir dónde nos encontramos y los caminos a evitar.


Las movilizaciones actuales contra las medidas de “austeridad”, bajo formas diversas como el movimiento “Occupy” en los Estados Unidos o lo “indignados” en otros países, ¿constituyen, según tú, una nueva forma de la lucha de clases? Más en general, ¿cómo analizas la reacciones delos trabajadores frente a las consecuencias de la crisis capitalista que las clases dirigentes nos hacen sufrir?

Podemos comenzar por el final. En España, en 2011, los bancos echaron de sus casas, evidentemente con la ayuda de la policía, a entre 160 y 200 personas al mes. Estas cifras continúan aumentando. Al mismo tiempo, el número de desahucios impedidos por las movilizaciones colectivas ha sido del orden de uno por día. Si la desproporción es enorme, ello no quita que existe un fuerte movimiento de oposición a los desahucios. Apartir de ahí se articula con el desarrollo de acciones de trabajadores en la calle para ocupar -“liberar”, dicen- inmuebles vacíos que pertenecen a bancos y sociedades inmobiliarias. Grandes propiedades agrícolas (pertenecientes a la agroindustria o a los bancos) empiezan también a ser ocupadas por los asalariados agrícolas y los parados, sobre todo en Andalucía, en la provincia de Córdoba. Estas acciones directas son ejemplos de nuevas formas de acción realizadas por trabajadores que sufren directamente los efectos de las políticas de austeridad. En Europa, el caso español es, sin duda, donde las luchas se están radicalizando más. Y esta radicalización, la popularidad de estas acciones, no pueden separarse del impacto de los movimientos de los indignados, en España el 15M. En los Estados Unidos, donde el movimiento Occupy ha sido aplastado por una fuerte represión del Estado federal y de las autoridades locales, los grupos locales que continúan reclamándose de Occupy están empeñados, igualmente, en la lucha contra los desahucios en los barrios populares. Estas luchas se caracterizan porque se salen del marco puramente cuantitativo de la reivindicación inmediata. Se dirigen contra la legalidad y plantean la cuestión de la necesaria reapropiación de las condiciones de vida para aquellas y aquellos que hacen funcionar a la sociedad.
Los movimientos de los Indignados han recorrido su camino, con diferencias y contradicciones, según las condiciones específicas de cada sociedad. Están llenos de contradicciones y de ambigüedades, pero son diferentes de todos los que hemos conocido antes. Allí donde su dinámica ha sido más intensa, donde el movimiento ha conseguido ocupar por más tiempo el espacio público, en España y en los Estados Unidos, las divergencias han acabado tomando una forma organizada, entre reformistas y radicales. Progresivamente, esta última tendencia, opuesta al electoralismo y a la negociación, ha invertido su energía y creatividad en acciones directas, como el apoyo a huelgas y ocupaciones de edificios vacíos, acciones contra los desahucios, contra los bancos. Se desmarcan de formas de acción precedentes, incorporan los callejones sin salida y las derrotas del pasado reciente, discuten los principios del compromiso y de las tácticas de negociación. Muy críticos con la clase política y la corrupción que va asociada a ella, cuestionan, de forma más o menos extrema, los fundamentos mismos de la democracia representativa. Buscan nuevas vías, se interrogan sobre la prioridad del enfrentamiento físico con los mercenarios del Estado y son particularmente sensibles a la necesidad de ampliar el movimiento. Dudan de los proyectos de gestión del presente, rechazan la lógica productivista capitalista actual y plantean la necesidad de una sociedad diferente (8).
Estas preocupaciones son claramente antinómicas de la actividad consensual y normativa de las instituciones partidistas y de los sindicatos tradicionales. La energía creativa liberada por estos movimientos ha propiciado su extensión social, a veces más allá de lo que podía preverse. Un ejemplo reciente: el gran movimiento estudiantil que está sacudiendo a la sociedad de Quebec, a pesar de que comenzó por simples reivindicaciones corporativas (9).
Entre las ideas aportadas por estos movimientos, la de la Ocupación parece haber encontrado un amplio eco. Así como la propuesta, según la cual los interesados deben actuar directamente, por ellos mismos, para ellos mismos, para resolver sus propios problemas. La insistencia puesta en la organización de base ha sido un elemento motor de estos movimientos, por la constitución de colectividades no jerárquicas, que desconfía de las manipulaciones políticas, insumisas al carisma de los jefes. Cuando la prensa más contemporizadora (Paris Match y Grazzia, por no citar más que dos ejemplos recientes) se interesa de forma paternalista por los Indignados, es para lamentar que se hayan alejado de la vida política tradicional y hayan rechazado dotarse de jefes, carencias que, evidentemente, son apuntadas como la causa principal de su fracaso.
En Estados Unidos el impacto del movimiento Occupy y sus ideas ha sido enorme y es demasiado pronto para analizar su alcance y sus consecuencias (10). Si al principio afectó sobre todo a los jóvenes estudiantes-trabajadores precarios, que constituyen una fracción creciente de la “clase obrera” en términos sociológicos, el movimiento enseguida atrajo, como en España, a la gran masa de damnificados del capitalismo contemporáneo, de excluidos, sin techo y otros itinerantes de la vida. En muchas grandes ciudades constituían finalmente una parte importante de los acampados en la calle. Pero Occupy también cautivó a los sectores más combativos del movimiento obrero, a los sindicalistas de base. Esto dice mucho sobre el estado de desarrollo en el que se encuentran los trabajadores conscientes del callejón sin salida del sindicalismo ante la crisis y la violencia del ataque capitalista. El eslogan “We are the 99%”, más allá de su simplismo reductor, ha destrozado la expresión ideológica de “clase media”, categoría en la que se había integrado todo asalariado, todo trabajador con un nivel medio de consumo, a crédito, por supuesto. Igualmente ha desvelado la tendencia actual del capitalismo, la concentración de la riqueza y del poder en una ínfima parte de la sociedad. Así pues, después de Occupy, los conceptos de explotación, de clase, de sociedad de clases han vuelto a la superficie del discurso público. En un vasto territorio-continente como Estados Unidos, donde los conflictos, huelgas, movilizaciones estaban cada vez más separadas las unas de las otras, la palabra Occupy constituye a partir de ahora una referencia unificadora en toda lucha local o sectorial.
La ocupación de la calle no es la ocupación de un lugar de trabajo. Pero en los Estados Unidos y en España, el espíritu de Occupa y del 15M ha contaminado el “mundo asalariado”. Encuentra un eco en los trabajadores conscientes del hecho de que la lucha sindical del pasado no aspira al derrocamiento, ni incluso al debilitamiento de los movimientos del capitalismo y las decisiones agresivas de los capitalistas. Su único objetivo ante la decadencia de los sectores industriales es lograr un mejor salario, vender cara su piel. En este sentido, la lucha de los obreros de Continental es un ejemplo. Empeñarse en hacer viable tal o cual empresa, tal o cual sector, no conduce más que a adormecer a las víctimas. La idea de “autogestionar” una empresa aislada parece hoy más irrisoria, dada la mundialización del capitalismo. Veremos qué forma y contenido tendrá la lucha futura en el automóvil francés. Si podrá unificar otras luchas, otros sectores donde la clase capitalista va a golpear. En un primer momento el gobierno y los sindicatos se limitan a un discurso de “restructuración”, aunque el sector del automóvil está sometido a una competencia mundial en los mercados saturados. Los militantes de la izquierda sindical (¡la última tarea histórica de los trotskistas!) harán lo que saben hacer y que siempre han hecho: crear un comité de lucha, acceder a los libros de la empresa y reivindicar la prohibición de despidos. Más allá, no tienen nada que decir, o se autocensuran decirlo por consideraciones tácticas sobre el sentido social, humano y ecológico de la producción de automóviles y sobre cómo y porqué salvaguardar tal lógica, una producción que consume a los hombres y a las sociedades.
Podemos, por supuesto, criticar a los movimientos de los Indignados, subrayar sus contradicciones y sus ambigüedades. ¿Pero cómo podemos comparar estos movimientos que sacuden en algunos meses a sociedades modernas, con el estado átono de las luchas obreras, de donde actualmente no aparece la menor propuesta alternativa, la menor idea de un mundo diferente, salvo la resistencia y el deseo de una vuelta al pasado reciente, el mismo que ha alumbrado el desastre presente? Los movimientos Indignados, ¿son “una nueva forma de la lucha de clases”? Son, efectivamente, una forma de lucha que corresponde al periodo actual de la lucha de clases. Despiertan a la sociedad y a los explotados más conscientes haciéndoles ver los peligros del capitalismo, de la necesidad de dejar atrás la letanía clásica de la reivindicación inmediata para plantearse cuestiones sobre el futuro de la sociedad. El movimiento obrero está viejo y no puede ofrecer ni oposición ni alternativas a los ataques capitalistas en curso. Se muere y es vano querer remediarlo. Tiene que construirse un nuevo movimiento a partir de las luchas de aquellas y aquellos que se desmarquen de los viejos principios y formas de acción. Esto llevará un tiempo. Occupy y el 15M, entre otros, han abierto caminos, formas de acción. El trabajo del Topo hará el resto. Es sólo un adiós y las formas y contenidos de estos movimientos reaparecerán transformados, en otro lugar y otro momento, en otros movimientos con dinámicas nuevas.


15 de agosto de 2012


Notas
1. Charles Reeve y Hsi Hsuan-wou, Bureaucratie, bagnes et business, Insomniaque, 1997.
http://www.insomniaqueediteur.org/publications/bureaucratie-bagnes-et-business
2. Pun Ngai, Avis au consommateur, Insomniaque, 2011.
http://www.insomniaqueediteur.org/publications/avis-au-consommateur
3. Les mots qui font peur, Insomniaque.
http://www.isomniaqueediteur.org/publications/avis-au-consommateur
4. Paul Mattick (1904-1981): http://bataillesocialiste.wordpress.com/mattick-1904-1981
5. Pierre Souyri (1925-1979): http://bataillesocialiste.wordpress.com/souyri-1925-1979
6. “La Crise de 1974 et la riposte du capital” Annales, nº 4, 1983
http://bataillesocialiste.wordpress.com/2010/06/18/la-crise-de-1974-et-la-riposte-du-capital-
souyri-1979-1-linflation-et-lattaque-contre-les-salaires
7. En Le Jour de l’addition (Insomniaque, 2009)
http://www.insomniaqueediteur.org/publications/le-jour-de-laddition
Una versión ampliada de este texto ha aparecido en los Estados Unidos en 2012, editada
por Reaktion Books y en Alemania por Edition Nautilus.
8. Grupo Etcétera, “A propos du caminar indignado”, Barcelona, marzo de 2012, publicado
en Courant Alternatif, mayo 2012: http://oclibertaire.free.fr/spip.php?article1177
9. “La grève étudiante québécoise générale et illimitée: quelques limites en perspective”.
http://oclibertaire.free.fr/spip.php?article1215
10. Charles Reeve, Occupy, cette agaçante interruption du “business as usual
http://www.article11.info/?Occupy-cette-agacante-interruption#a_titre

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